De las diferentes acepciones que el Diccionario de la Real Academia de la Lengua nos da sobre la palabra amor, ninguna habla de un sentimiento sublime, motor del mundo, requisito indispensable para vivir, ni cosa que se le parezca. La primera acepción dice: “Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”.
Con esta premisa, cabe preguntarse qué de fantasioso tiene el concepto de amor, llevado y traído a diario, con palabras más o menos almibaradas, que vemos en revistas, novelas y películas, y escuchamos en canciones y poemas. No podemos negar la belleza de tales poemas y canciones; pero no debemos extender el ámbito de la palabra amor a todas las actividades del ser humano, al menos en el sentido expuesto líneas arriba.
Y como es norma fundamental recurrir al diccionario para que las personas que hablamos el mismo idioma podamos entendernos, hemos de indagar en él la palabra pasión. Una de las acepciones dice: “Perturbación o afecto desordenado del ánimo”. Lo que significa que, para ser presa de la pasión, el individuo no tiene que sentir precisamente amor en el sentido que la ilusión le da.
Para mayor abundamiento, he buscado el significado exacto de la palabra sexo. Y encontré el siguiente: “Placer venéreo”.
Finalmente, siempre según el DRAE, enamorarse no es otra cosa que prendarse de amor de alguien.
Se puede sentir amor, no solo por las personas, sino también por el dinero, deportes, profesiones, trabajo, música, pintura, religiones y demás. Y, así mismo, la pasión puede entrar allí. Por ejemplo, alguien se apasiona por el fútbol, y no le importa dejar a su familia sin distracciones el domingo, pongamos por caso, con tal de ir a ver el partido que jugará su equipo preferido. ¡Y si pierde! Ya podemos hacernos cargo de la tragedia que ello significa para el verdadero hincha.
Desde muy niños, cuando aún no entendíamos lo que quería decir la palabra pasión, ya nuestros preceptores nos inculcaban la idea de que dominar las pasiones era fundamental para llevar una vida saludable y equilibrada. ¡Cuánta razón tenían! La más ardiente de todas, la pasión amorosa (aun cuando hay estudiosos que aseguran que la pasión política es todavía más fuerte), trastorna la mente del individuo, que olvida todo cuanto hasta entonces ha constituido su vida, y solamente existe para el objeto de su pasión.
En estudios efectuados por equipos especializados de profesionales de primera línea, en lugares distantes entre sí sin comunicación alguna, los resultados han sido idénticos: el enamoramiento es un estado mental que produce en el cerebro efectos similares a los de la esquizofrenia, es decir, es una enfermedad mental, por mucho que esta aseveración incomode a los partidarios del amor romántico. Afortunadamente, en las personas normales ese estado dura muy poco tiempo: generalmente, un año; si la pasión amorosa es muy intensa, durará dos años; en casos extremos, tres años. Y nada más. El cerebro de la persona vuelve a su estado normal y deja de estar obnubilado. No hay más complicaciones. Pero nadie mentalmente sano puede permanecer enamorado por más tiempo. Claro que puede volver a enamorarse muchas veces en la vida, pero el enamoramiento en sí no perdura más allá del tiempo señalado.
En su momento, el virus del amor nos ha infectado a todos. Muy pocas personas podrán decir que jamás se enamoraron. La inmensa mayoría hemos caído en ese estado (obsérvese que en inglés se dice “to fall in love”, caer en amor). Felizmente, recuperamos a tiempo la cordura, y la vida siguió su marcha con todo lo que ella involucra, y no solamente con el amor.
Pero ¿qué pasa cuando la persona se deja arrastrar por una pasión que la enceguece de tal forma que no le permite escapar de sus garras? La vida entera se destruye: hogar, marido o mujer, hijos, padres, hermanos, trabajo, amistades, todo pasa a segundo plano y deja de tener importancia. En la mente del afectado solo existe el objeto de su pasión.
Al principio de la relación, la persona se siente envuelta en un nimbo de felicidad, del que, según piensa, no saldrá jamás, pues cree que durará toda la vida. Cuando el objeto de su pasión muestra frialdad y desapego, y comienza el maltrato, empieza un sufrimiento indecible en el que ama; se siente culpable por no poder conservar el amor ni alimentar el fuego de la pasión. Cae entonces en la abyección total: es capaz de soportar las mayores vejaciones y humillaciones, con tal de mantener cerca al objeto de su pasión. Y este se aprovecha de las circunstancias: agravia y desprecia al que ama, el cual, con renovado brío, lo sobrelleva todo sin rebelarse, en espera de una limosna que le haga sentir que aún es amado. En casos extremos, perdida ya toda esperanza, llega hasta el suicidio.
En todo ello hay un componente indispensable: el sexo. El instinto sexual es tan poderoso, porque la madre naturaleza necesita que las especies se reproduzcan y se conserven. Por ello, ha puesto un inmenso deleite en las relaciones sexuales, a fin de garantizar sus objetivos. Hasta allí, todo va muy bien: para una vida armónica, es necesario tener sexo hasta cuando el individuo decline en ese aspecto, cosa que puede ocurrir a diferente edad, según la persona. Pero, si la actividad sexual se transforma en un vicio que anula al individuo y se convierte en el único motor de su existencia, lo denigra y envilece, cae en lo patológico. Para no llegar a esos extremos, es preciso recordar y poner en práctica las advertencias de los educadores: sofrenar las pasiones y vivir una vida equilibrada y plena, en la que se conjuguen el amor, el sexo y la pasión, con las demás actividades corrientes del diario trajinar, con la moderación que una mente sana debe imponerse. Es muy importante que los jóvenes piensen en estas cosas, porque la juventud no dura para siempre; si en la edad florida el joven abusa de pasiones sin freno, cuando lleguen los años no tendrá nada de valor que lo ayude a vivir. Tendrá que conformarse con cenizas.
No es conveniente vivir de ilusiones. Hay que poner los pies sobre la tierra. Saquemos, pues, al amor del reino de la fantasía, y seremos personas cabales y satisfechas.
Lo que otros han dicho sobre el tema:
E. AUGUEZ: Amor es el intercambio de dos fantasías y el contacto de dos egoísmos.
E. JARDIEL PONCELA: El amor es la guerra de dos que no se odian… mientras no se aman.
HIPPOLYTE TAINE: El adulterio es la curiosidad de los placeres ajenos.
AUGUST STRINDBERG: ¡Qué candor, creer en la castidad en el amor!
PAUL MORAND: Ella era hermosa como la mujer de otro.
DE AUTOR DESCONOCIDO: No hay cielo sin nubes, ni paraíso sin serpientes.
ANDRÉ MAUROIS: Los únicos paraísos verdaderos son los perdidos.
VLADÍMIR MAIAKOVSKI: La canoa del amor se ha estrellado contra la vida corriente.
WILLIAM FAULKNER: El sexo y la muerte: la puerta de entrada y la puerta de salida del mundo.
FEDOR DOSTOIEVSKI: Enamorarse no es amar. Puede uno enamorarse y odiar.
DEL MISMO AUTOR: El amor pasa y la incompatibilidad permanece.
Fina Crespo
Septiembre 27 de 2011