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LA CENA

Herman Koch, 2009

Estobra, galardonada con el Premio del Público y declarada Libro del Año en 2009, ciertamente merece estas distinciones: admirablemente bien articulada en el transcurso de una cena, satisface completamente al lector y lo lleva a reflexionar sobre el tema principal, esto es, acerca de la moralidad o inmoralidad de los actos humanos, y si existe justificación para un delito a todas luces reñido con el primero y más elemental de los derechos del hombre: la vida.

La novela se desarrolla en cinco instancias: Aperitivo, Entrantes, Segundo, Postres y Digestivo. Narrada en primera persona, el lector conoce los acontecimientos por medio de los recuerdos, pensamientos y cavilaciones del hermano menor, hombre violento, mentalmente desquiciado.

El relato se inicia con la cita de dos hermanos, Serge y Paul Lohman, y sus respectivas esposas, Babette y Marie Claire, para cenar en un exclusivo restaurante de Ámsterdam, en donde Serge  consigue mesa sin haberla reservado con anticipación, pues, como se trata de un político muy conocido, no debe someterse a la espera de tres, cuatro y hasta seis meses, como es costumbre en ese lugar. Este hecho nos da la medida de quién es el personaje. La atención que reciben los comensales nos permite ver hasta qué punto se adula a quien tiene dinero y poder.

Las dos parejas se han reunido para tratar acerca de un gravísimo asunto relacionado con sus hijos: Rick, de Serge y Babette; y Michel, de Paul y Claire. Ambos son de la misma edad, quince años, y se hallan cursando sus estudios secundarios. Los lectores sabemos, sí, que hay un problema espinoso; pero el autor se las ingenia para mantener la expectativa, sin revelarnos de qué se trata. Se mantiene, pues, el interés del lector, que devora una página tras otra hasta conocer, por fin, el desenlace de los acontecimientos.

Los personajes están muy bien definidos: Serge es un político muy conocido y se halla en campaña, con vista a las elecciones que habrán de efectuarse en unos seis o siete meses. Vive pendiente de su imagen, y aunque su preocupación principal es ganar las elecciones para el cargo de primer ministro, no es del todo un hombre falto de principios. Ya lo veremos más adelante.

Babette es la típica mujer del político que tiene posibilidades de triunfar. Aunque no es feliz junto a su marido, se contagia de las ambiciones de este, y no piensa en otra cosa que en la importancia de las elecciones que se avecinan. Es más lista que Serge.

La pareja tiene dos hijos de su sangre: Rick y Valerie; además, por razones que probablemente nada tienen que ver con el amor al prójimo, han adoptado a un niño de Burkina Faso, país del África, al que llaman Beau, que goza de los mismos privilegios que sus hermanos y que también tiene la misma edad, aproximadamente, que Rick.

Paul, el ex profesor de historia, es un personaje muy complicado. Con toda seguridad, está mentalmente enfermo. Ama a su mujer con devoción y siente que la suya es una familia feliz. Piensa que la felicidad se basta a sí misma. Mentalmente cita la primera frase de Ana Karenina, la novela de Tolstói: “Todas las familias felices se parecen entre sí, pero cada familia desdichada ofrece un carácter peculiar”. Y agrega,  de su propia cosecha: “Solo me atrevería a añadir que las familias desdichadas, y sobre todo los matrimonios desdichados, nunca pueden estar solos. Cuantos más testigos tengan, mejor. La desdicha busca siempre compañía. La desdicha no soporta el silencio, sobre todo los silencios incómodos que se producen cuando se está a solas”.

Paul se siente feliz con su mujer y prácticamente no puede hacer nada sin el concurso y la ayuda de ella; sin embargo, aunque se considera dichoso, es un hombre amargado. En realidad, envidia a su hermano mayor; permanentemente le desea el mal; ansía que Babette se lance en contra de su marido, para que tengan una pelea como debe ser; además, escudriña el mínimo movimiento o ademán de su hermano para criticarlo. Como se trata de un político, lo conceptúa hipócrita y falaz; así, por ejemplo, nota la sonrisa falsa de su hermano y sentencia que aquella sonrisa procede del mismo saco que el apretón de manos.

Y no solo es amargado: Paul es un individuo irresoluto, que en su mente se presenta a sí mismo como un valiente; pero siempre, a la postre, comprende que debió actuar de tal o cual manera y no lo hizo, con lo cual se le pasó la oportunidad. Hasta en las situaciones más simples, se la pasa imaginando lo que va a suceder, lo da por cierto y se queda sin llevar a la práctica algo que se había propuesto. Y así, en su mente elabora proyectos que jamás se harán realidad. Le gustan los huracanes, maremotos y tornados, y estima que un mundo sin violencia, sea natural o de carne y hueso, sí que podría ser insoportable. Él mismo protagoniza varios episodios de furor incontrolable: contra el dueño de una tienda de bicicletas, cuando Michel, entonces un niño de ocho años, había roto con una pelota el vidrio de un escaparate; contra el dueño del restaurante en que cenan los hermanos y sus esposas; contra el director del colegio en que estudia Michel, oportunidad en la que golpea salvajemente al pobre hombre; contra su propio hermano, al que le lanza una cazuela muy caliente a la cara; contra el director del instituto en que él mismo daba clases, a quien pensó hasta matar. Estos hechos nos hacen pensar que Paul es un psicópata, que cree tener patente de corso para humillar y atropellar al prójimo.

Marie Claire (a quien su marido llama solamente por su segundo nombre), es también más lista que Paul, sobre el que ejerce una influencia enorme. Se sienten tan compenetrados entre sí, que a cada uno le basta dirigir   una mirada al otro,  para estar al tanto de su pensamiento. Es una mujer de armas tomar, que, en las peores situaciones, no vacila en adoptar medidas extremas. Pese a que no sufre de ninguna enfermedad mental, es peor persona que su marido.

Mientras espera la llegada de su hermano al restaurante, Paul rememora lo ocurrido esa misma noche, cuando entra al cuarto de su hijo a buscar “algo”, y encuentra, en el teléfono celular del muchacho, una información que lo angustia y lo trastorna. Una vez más, el autor juega con el suspenso y no nos revela lo que vio el padre en el celular de Michel.

Llegado el momento del entrante (o entrada, como decimos nosotros), ocurre un pequeño accidente en el descorche de la botella de vino que se va a consumir. Con sutil ironía, el autor nos muestra todas las bufonescas e inútiles ceremonias a que recurren, para los actos más simples y sencillos, quienes quieren aparentar cultura y exquisitez, en ocasiones tales como la de estar en un restaurante de mucha categoría, en donde se sirven platos casi vacíos y carísimos.

Luego de varias disquisiciones de Paul, el narrador, llegamos por fin al meollo del asunto; pero antes de abordarlo, cabe detenernos en el criterio de Paul respecto a la educación de los hijos:

“Ya me daba por contento con que Michel siguiera llamándome papá y no ‘Paul’. En todo este asunto de los nombres había algo que me sacaba de quicio: niños de siete años que llaman ‘Joris’ a su padre y ‘Wilma’ a su madre. Era una confianza mal entendida que al final siempre acaba volviéndose contra los padres demasiado modernos. Solo mediaba un pequeño paso del ‘Joris’ y ‘Wilma’ al ‘¿No te he dicho que lo quería con mantequilla de cacahuete, Joris?’, tras lo cual, el bocadillo de crema de chocolate era despachado de vuelta a la cocina y desaparecía en el cubo de basura.

“Lo había visto muchas veces en mi propio entorno, padres que soltaban una risita estúpida cuando sus hijos les hablaban en ese tono. ‘Vaya, cada vez llegan antes a la pubertad’, comentaban para disculparlos. No comprendían, o sencillamente les daba miedo comprender, que habían criado monstruos. Naturalmente, lo que en el fondo de su corazón esperaban era que, a sus hijos, Joris y Wilma les gustaran más tiempo que papá y mamá”.

Paul y Claire, sin darse cuenta, habían criado también un monstruo. Michel y su primo, Rick, habían atacado a un menesteroso, sin motivo alguno; y, además, habían filmado la escena. Posteriormente, cometen un delito mucho más grave: en un cajero automático atacan a una indigente, la atormentan, hieren y maltratan, y terminan matándola con un bidón de gasolina casi vacío que lanzan a la cabeza de la mujer y que estalla cuando los adolescentes prenden un encendedor de cigarrillos. Todo lo graban en el celular; peor aún: más tarde regresan al lugar del delito y se ríen de lo que han hecho. Por si la grabación en el celular fuera insuficiente, todos estos hechos quedan filmados por la cámara de vigilancia.

La conversación de las dos parejas en el restaurante se centra en los sucesos acaecidos y en la defensa de sus respectivos vástagos. Serge, el político, es quien se comporta más razonablemente: comprende que lo que han hecho Rick y Michel es muy grave; anuncia el retiro de su candidatura, y considera que los dos chicos deben afrontar lo que han hecho y aceptar sus consecuencias (el castigo de la ley).

Ante semejante posición de Serge, Babette, Claire y Paul expresan categóricamente su oposición, pues ven en esa circunstancia, que el futuro de sus hijos corre peligro. Al propio tiempo, tratan de justificar a los jóvenes mediante argumentos disparatados. Claire, especialmente, se manifiesta con un total desprecio por la víctima, como si su muerte no importara nada. Según ella, si nadie se entera, no ha pasado nada. ¡¿Nada?! ¡Se trata de la muerte de una persona inofensiva a manos de dos vándalos! A Claire le interesan únicamente Michel y Rick. Si ellos están a salvo, lo demás no importa. Las comparaciones que hace no tienen lugar ni sentido.

Paul, por su parte, manifiesta que, tanto él como su mujer, no quieren inculcar en Michel un sentimiento de culpa. Estima que la fallecida es, en parte, culpable de lo que sucedió y que no es posible que una indigente que está estorbando en un cajero automático se vea como la inocente de la película.  ¿Acaso alguien puede cometer  un crimen de esa naturaleza y no sentir ninguna culpa, ningún remordimiento? ¿Qué clase de sentimientos tiene esta gente? ¡Claro que la  víctima es la inocente de la película!

A todo esto, Beau, que no había participado en el delito, se entera de lo sucedido y trata de chantajear a Michel. Este se comunica con la madre y, en la seguridad de que “papá no sabe absolutamente nada”, se confabulan para asesinar a Beau, que desaparece sin dejar rastro.

Claire, mujer sin escrúpulos, para evitar que su cuñado anuncie el retiro de su candidatura, le lastima el rostro con una copa rota. El agredido tiene que ir al hospital y no puede formular la declaración que había proyectado. De todos modos, meses más tarde pierde las elecciones, hecho del cual su hermano se congratula.

Cuando tuvo que retirarse del instituto en donde daba clases de historia, Paul fue a ver al psicólogo del plantel; allí se entera de que padece de una enfermedad delicada (¿esquizofrenia?) que puede haber transmitido a su hijo; el doctor menciona el nombre de  un científico alemán (¿Kraepelin?), y le indica que, con la medicación adecuada, se puede controlar la enfermedad. Ante la explicación de todo lo que se puede averiguar en la actualidad mediante la amniocentesis, Paul pregunta si hace treinta o cuarenta años era ya posible efectuar este examen. El psicólogo le responde: “Si esa prueba hubiera estado disponible entonces, no sería del todo impensable que sus padres hubieran optado por ir sobre seguro”. Es una clara mención del aborto.

Pero a Claire sí le practicaron la amniocentesis, circunstancia que Paul ignoraba. Al descubrir la verdad en unos documentos que su mujer guardaba desde hacía algunos años, tiene la seguridad de que Michel heredó la enfermedad. Esto podría explicar, quizá en parte, la actitud criminal del joven; pero ¿por qué la madre no lo llevó al médico para que le tratara la enfermedad? Es una negligencia imperdonable.

Al final, dos crímenes quedaron impunes: la muerte de la indigente y la desaparición de Beau. Los cómplices de estos adolescentes, sus padres, permiten que los chicos se salgan con la suya. Los dos muchachos se libran de la cárcel y de la vergüenza pública. Según sus padres,  nada le deben a la sociedad, ninguna reparación: solo murió una indigente y desapareció un joven africano. ¿A quién le interesa? Nadie se entera de lo sucedido; por tanto, no ha pasado nada. La vida de esos dos pobres seres no vale en lo absoluto. Pero el recuerdo de lo sucedido perseguirá toda la vida a los que cometieron el crimen, a menos que no tengan conciencia. Todos los días vemos que el que  tiene poder y dinero no tiene por qué temer a la ley. La cárcel es solo para los de abajo.

Esta obra de Herman Koch,  con toda justicia, ha sido reconocida como un aporte sustancial a la literatura. A lo largo de la famosa cena, se tratan, aparte de los asuntos que forman la trama principal de la novela, otros puntos de no poca importancia. Por ejemplo, sin ruido, se habla de una lacra que todavía, en este siglo XXI y  quién sabe hasta cuándo, corroe las relaciones humanas: la xenofobia. La vemos claramente en el odio que los franceses profesan a los holandeses, lo que nos demuestra que no solo se aborrece a los pueblos tercermundistas, sino a todo aquel que representa al “otro”

Se habla del racismo y de los diferentes ángulos desde los cuales se puede tratar este asunto. Se topa el tema de la homosexualidad, y de cómo, en uno u otro caso, se califica de buenos o malos a los individuos, según cómo se comportan con nosotros, independientemente de pertenecer a otra etnia o ser homosexuales.

Se habla de la educación de los hijos, y  de que, hágase lo que se haga, nada está escrito al respecto. Hay una escena en que Paul ve en los ojos de su hijo el odio que le profesa; sin embargo, hay hijos que han sido muy bien educados y que también odian a sus padres.

En definitiva, este libro dejará satisfecho al lector más exigente. Nos hace ver que el ser humano es igual en todo lado, y que en los países supuestamente más civilizados, “también se cuecen habas”. Vale la pena recomendar su lectura.

Fina Crespo

Diciembre de 2014

NOTA:

Nosotros, lectores y habitantes de estas latitudes latinoamericanas, en donde el maíz ocupa un lugar muy importante en la alimentación, no podemos pasar por alto el comentario que el autor pone en boca de Paul: que el maíz es, fundamentalmente, comida para cerdos. No está bien esa frase. Dejo sentada mi protesta.