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LEER Y ESCRIBIR

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Una casa sin libros es una casa sin dignidad.- Edmundo de Amicis

Es la mañana de un día cualquiera del año 3500 a.C., en la ciudad de Uruk, Sumer, región de Mesopotamia. Un hombre sale de su casa y se dirige apresuradamente hacia el templo, el nervio de la ciudad, el centro de toda clase de actividades. Tiene una importante tarea que realizar, ya que es grabador de tablillas de barro, en las que imprime, en caracteres cuneiformes, una buena cantidad de textos de diversa índole. Es ya una escritura avanzada, pues los caracteres iniciales, que se remontan a una época tan lejana como el año 8500 a.C., contenían símbolos numéricos y dibujos muy esquematizados. Solamente después de muchos avances, se llegó a los fonogramas, esto es, a dar sonido concreto a un determinado signo y construir así un eficiente sistema de escritura.

Para llegar a la posición que ocupa, el grabador debió cursar la primaria y la secundaria (pues, sí, Uruk contaba con escuelas que impartían clases que garantizaban una excelente enseñanza), y estudiar con ahínco hasta llegar a dominar la infinidad de signos que en un principio tenía la escritura sumeria, antes de reducirlos a una cantidad razonable, a medida que se la perfeccionaba.

Conocemos el nombre de uno de estos escribas: DUDU, inmortalizado en piedra gris, en una pequeña escultura de cuarenta y cinco centímetros, hecha hacia el año 2500 a.C., que se conservaba en el museo de Bagdad (con todas las tragedias sufridas por ese país, una de las cuales fue el saqueo de los tesoros que atestiguaban el nacimiento de la historia, no conozco si continúa en el museo o desapareció).
Al terminar la tarde, el escriba retorna a su hogar, satisfecho de haber cumplido su tarea. ¿Piensa en la enorme trascendencia que en los siglos y milenios futuros tendrá su labor? ¿Tiene idea de que, cinco mil años más tarde, sus tablillas serán descubiertas por hombres que se llamarán arqueólogos? ¿Imagina, acaso, que esa escritura se difundirá por el mundo, que sus letras tomarán muy diversas formas y que se escribirán con herramientas muy distintas de las que él usa? Seguramente, no.

La clave que permitió descifrar la escritura cuneiforme fue la Roca de Behistún, situada en la ruta de caravanas entre Bagdad y Teherán. Allí se halla un texto escrito en tres idiomas: persa antiguo, elamita y acadio, en el que se menciona al rey Darío I. Lo leyó definitivamente el orientalista y sabio inglés, Henry Rawlinson, en 1851.

Una vez perfeccionada la escritura, se convirtió en la herramienta básica de la civilización, que permitió a la humanidad avanzar sin pausa hacia estadios cada vez más altos, y abrió las puertas a infinitas posibilidades, antes nunca sospechadas. Desde entonces no fue sino cuestión de tiempo llegar a la literatura, la filosofía, la ciencia… Lo que hasta ese punto había servido para llevar anotaciones sobre producción y comercio, pasó a ser el medio de difusión del pensamiento. Había nacido el escritor. Y así, tenemos las primeras obras sumerias, referentes a sus dioses y a sus héroes. En lo sucesivo, el hombre podría comunicarse con sus semejantes, sin importar el tiempo y la distancia, y conservar ese pensamiento para las generaciones futuras, por sobre siglos y milenios.

De su lugar de origen, la escritura se difundió por todo lo que hoy llamamos el Oriente Medio, con lo que más y más pueblos aprendieron a escribir. Grecia creó su alfabeto y desarrolló una cultura excepcional; el pensamiento griego es hasta hoy una guía para la humanidad, pues Roma lo heredó y lo transmitió al mundo entero. Los árabes, asimismo, impulsaron la ciencia y alcanzaron cotas muy altas; su saber se irradió a Europa, por medio de Al-Ándalus. A ellos les debemos las primeras traducciones de autores griegos, entre ellos, por ejemplo, Aristóteles.
Y, concomitantemente con la escritura, nace el lector, ese personaje adherido a los libros, que no puede vivir sin ellos, que siente inmensa avidez por devorarlos y que escoge los temas de acuerdo con sus gustos y preferencias.

¿Hay, entre los múltiples placeres espirituales, alguno que supere a la lectura? Lo dudo. Qué satisfacción tan grande se siente al tomar el libro en nuestras manos, abrirlo e iniciar su lectura. ¿Qué de secretos ocultará? ¿Qué novedades traerá? ¿Qué nuevos conocimientos implantará en nuestro cerebro? ¿Qué sucesos históricos, avances científicos y acontecimientos de nuestro mundo nos contará? La expectativa es enorme; así pues, devoraremos una página tras otra y nos concentraremos intensamente en nuestra tarea. Pasado algún tiempo, luego de haber degustado otras lecturas, volveremos a leer los libros que más nos agradaron, lo cual nos permitirá renovar el placer original.

En su excelente libro El cerebro lector, cuya lectura recomiendo, Stanislas Dehaene nos dice:
El procesamiento de la palabra escrita comienza en nuestros ojos. Solo el centro de la retina, que se conoce como fóvea, tiene una resolución lo suficientemente precisa como para permitir el reconocimiento de las pequeñas letras. Nuestra mirada, entonces, debe moverse por la página constantemente. Cada vez que nuestros ojos se detienen, reconocemos una o dos palabras. Cada una de ellas es dividida, entonces, por las neuronas de la retina en una miríada de fragmentos, y debe volver a unirse antes de que pueda ser reconocida. Nuestro sistema visual extrae progresivamente grafemas, sílabas, prefijos, sufijos y raíces de las palabras. Finalmente, dos rutas importantes de procesamiento entran en juego en paralelo: la ruta fonológica, que convierte las letras en sonidos del habla, y la ruta léxica, que da acceso a un diccionario mental de significados de las palabras.

Y se pregunta: ¿Cómo hizo el primate humano, con un genoma sin modificaciones, para convertirse en un ratón de biblioteca? (…) El cerebro humano nunca evolucionó para la lectura. La evolución es ciega. (…) La única evolución fue cultural: la lectura en sí misma evolucionó de manera paulatina hacia una forma adaptada a nuestros circuitos cerebrales. Luego de siglos de prueba y error, los sistemas de escritura en todo el mundo convergieron en soluciones similares. Todos utilizan un conjunto de formas que son lo suficientemente simples como para almacenarse en nuestro sistema visual ventral, y están conectadas con nuestras áreas del lenguaje. La evolución cultural adaptó nuestros sistemas de escritura tan bien, que hoy en día les lleva solo unos pocos años invadir los circuitos neuronales del lector inicial. Presenté la idea de “reciclaje neuronal” para describir la invasión parcial o total que la escritura hace de áreas corticales que originalmente estaban consagradas a una función diferente.El cerebro que aprendió a leer, jamás vuelve a ser el mismo. Y el cerebro que lee asiduamente adquiere destrezas de las que carece el que no lee. Y el beneficio es aún mayor cuando la lectura se efectúa en voz alta.

La lectura nos da acceso, no solo a nuestro planeta y a todo lo que en él ocurre en la actualidad, sea cual sea la materia que nos interese, sino que nos permite conocer sucesos ocurridos hace poco o mucho tiempo y adentrarnos en el conocimiento que mentes privilegiadas han puesto a nuestra disposición; nos beneficiamos así del trabajo y el saber de estos seres maravillosos; podemos “escuchar” a personajes de otras épocas y “conversar” con ellos; es más, tenemos todo el universo a nuestro alcance. Ya lo dijo Francisco de Quevedo (citado por Dehaene en su libro): “Retirado en la paz de estos desiertos, / con pocos, pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos. En fin, no hay manera de describir con exactitud lo que el espíritu siente al leer.

El autor ya mencionado nos dice: De los numerosos tesoros culturales, la lectura es, por mucho, la gema más preciosa: encarna un segundo sistema de herencia que tenemos el deber de transmitir a las generaciones que siguen.

Y, finalmente, cita a Jacques Amyot (1513-1593): La lectura, que complace y beneficia, que al mismo tiempo deleita e instruye, tiene todo lo que uno podría desear.
¿Y qué nos dijo el gran Borges? He aquí: Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído.

La lectura, ese refinado deleite que con la escritura nos legaron los sumerios, está al alcance de todos. No tenemos sino que dar el primer paso, leer la primera línea, y la magia se desplegará ante nuestros ojos.
Fina Crespo
Septiembre de 2016

LA CHICA DEL TREN

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Paula Hawkins, 2015

Obra excepcional entre las de su género, La chica del tren nos arrebata desde el primer momento. Nos cuenta una historia de misterio y suspenso que nos mantiene en vilo y nos impide cerrar el libro, al punto de leerlo en un solo día (ocho horas, a lo sumo). Bien es cierto que es de fácil lectura, de manera que las páginas, literalmente, vuelan delante de nuestros ojos.

Las protagonistas son tres mujeres: Rachel, Anna y Megan. Son las que, en sus monólogos, nos dan a conocer toda la trama de la novela.

La principal de ellas es Rachel, apenas pasada de los treinta años. Divorciada de Tom, cae en el terrible vicio de la bebida; es el prototipo de la persona que, ante las adversidades de la vida, se refugia en el alcohol, como su única tabla de salvación, y no mira cuánto la misma vida puede ofrecer para salir de una situación difícil; no puede superar la soledad y el desamor. Su situación anímica es muy mala: tiene pesadillas constantes y sus recuerdos de lo que ocurre a su alrededor son tan imprecisos, que a veces piensa que lo acaecido en la realidad es tan solo un sueño. No puede, por tanto, distinguir la ficción de la realidad. Por haber perdido su trabajo a causa de la bebida, no tiene un lugar para vivir y se acoge a la hospitalidad que le brinda su amiga Cathy, la cual, en ocasiones, siente que ya no puede soportar por más tiempo a Rachel, aunque siempre termina por compadecerse y mantenerla bajo su techo.

Megan, casada con Scott, es una mujer bella y joven, que tuvo una vida muy azarosa antes de su matrimonio. Voluble, inconstante, traiciona a su marido con varios amantes, puesto que, cuando conoce a un hombre que le agrada, desea ardientemente mantener relaciones íntimas con él.

Anna, en un principio amante de Tom, mientras este se hallaba casado con Rachel, se convierte en su mujer, luego de la separación y divorcio de ellos. Tienen una tierna hija, que es su principal tesoro en la vida.

Los otros personajes –Tom, Scott, el psicólogo Kamal Abdic, Cathy y algún otro de menor cuantía– aparecen en los soliloquios de las tres mujeres ya mencionadas. Cada uno de estos monólogos tiene día y fecha, así como la indicación de si los hechos ocurren por la mañana o por la tarde.

Después de perder su trabajo, Rachel no informa de ello a su casera, su amiga Cathy, sino que todos los días va en tren a Londres para simular que trabaja. Mientras el tren se detiene debido al semáforo rojo, mira las casas aledañas y deja correr su imaginación; una pareja, en especial, capta su atención y pone nombres a ambos: en adelante se llamarán Jason y Jess. Pero un día ve que un hombre que no es Jason se acerca a Jess y la besa, con lo cual descubre que esta mujer, que parecía tan enamorada de su marido, en realidad lo traiciona. Más tarde llega a saber que Jason y Jess son Scott y Megan.

Anna, la segunda mujer de Tom, desconfía de Rachel, pues se imagina que quiere reconquistarlo, ya que continuamente sorprende llamadas de ella al celular de Tom; este le asegura que lo único que desea es ver a Rachel desaparecer de su vida.

Megan, por su parte, tiene una muy buena vida con Scott, quien la ama entrañablemente. Pero llega un día en que ella no se siente satisfecha de su vida, y se pregunta si esto es lo que deseaba. Se da cuenta de que no es así, e inicia relaciones con otros hombres, a espaldas de Scott, que no sospecha nada.
Un día, el sábado 13 de julio de 2013, Megan sale de casa y desaparece para siempre. Se inician las investigaciones, y Rachel desea vivamente desempeñar en ellas un papel protagónico. Estuvo cerca de los hechos aquella noche de la desaparición de Megan; pero, por más esfuerzos que hace para recordar con exactitud lo ocurrido, no lo consigue; inventa uno que otro suceso, y con su bagaje va a la comisaría y cuenta su historia. Mucho más tarde, Scott, con quien se había involucrado en la pesquisa creyendo honradamente que lo ayudaría, descubre las mentiras de Rachel y reacciona muy malamente. Ella, agobiada por haber sido descubierta, va a su casa, enciende el televisor y “Estoy quedándome dormida, puedo sentirlo, voy a dormir y entonces… ¡Bang! El suelo tiembla y me incorporo de golpe con el corazón en la garganta. Lo he visto, lo he visto.- Estoy en el subterráneo y él viene hacia mí. Me da una bofetada en la boca y luego alza el puño con las llaves en la mano. Siento un intenso dolor cuando el metal dentado impacta contra mi cráneo”. Rachel había recordado todo. Lo que permaneció en su conciencia en una negrura total, de pronto queda al descubierto, gracias a la luz que se hace en su cerebro. Sabía, con certeza, que Tom había asesinado a Megan, su amante de entonces.

El cadáver de la mujer es descubierto, y en la autopsia se constata que estaba embarazada; desde luego, el futuro padre no era su marido. Poco antes de morir, revela a su psicólogo (con el cual también tuvo relaciones íntimas) el grande y terrible secreto de su vida: cuando tenía apenas dieciséis años, se fue a vivir con un hombre; tuvieron una niña, a la que criaban con amor. Un día, Megan entró a la tina de baño con su hijita, se quedó dormida y la pequeña se ahogó. Kamal revela el hecho, y todo el horror aparece en los periódicos. Esta pobre mujer mató a su hija sin quererlo; y, cuando más tarde estuvo embarazada, su asesinato impidió el nacimiento de esta segunda criatura.

Cuando la luz ilumina su conciencia, Rachel va a la casa de Anna y le sugiere que salga de allí con su niña y se vayan las tres a otro lugar. Llega Tom, el cual, al verse descubierto, intenta matar a Rachel y convencer a su mujer de su total inocencia. Rachel había tomado un sacacorchos de la cocina, y cuando Tom se abalanza para atacarla, ella deja que se le acerque todo lo posible y le clava el sacacorchos en la garganta. Anna sale de la casa, se acerca a su marido, sostiene su garganta entre sus manos, pero ya nada puede hacer. Eso es lo que parece, pero la realidad es otra: está hundiéndole más profundamente el sacacorchos, para asegurarse de que muera. Así, Tom muere por obra de las dos mujeres a las que había amado… y mentido.
Esta narración no es precisamente una gran obra literaria. No es más que el recuento de acontecimientos muy especiales: intriga, traiciones, crimen. El misterio está muy bien tramado. Está escrita de tal manera que interesa profundamente al lector, que no sospecha el final de la historia, pues lo conoce tan solo cuando este llega. La actuación de los personajes es magistral; los monólogos de las tres mujeres asombran por la sinceridad con que se desenvuelven, pues la propia persona, en sus pensamientos, no puede ocultar quién es realmente; además, esos mismos monólogos enredan más y más el enigma, con lo que el lector tiene que seguir leyendo sin descanso hasta conocer el final. Rachel, la bebedora, la abandonada por su marido, la que no podía distinguir ficción de realidad, tiene al fin un papel protagónico en el esclarecimiento del crimen; ese hecho conduce al inicio de su recuperación: pasan veinte días después de acaecidos estos sucesos, y no ha vuelto a beber. Y esa es ya una perspectiva alentadora y halagüeña.

La chica del tren es una obra que nos incita a leerla vorazmente; el suspenso que se mantiene durante toda la narración entusiasma al lector, que al final queda totalmente satisfecho y sabe que no ha perdido su tiempo, sino que, al contrario, siente que las horas invertidas en leerla son una parte del día muy bien aprovechada.

Fina Crespo
Julio de 2016

EL TRABAJO

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El trabajo nace con la persona, va grabado sobre su piel.
Y ya siempre le acompaña como el amigo más fiel. – Canción.

Y a Adán le dijo (Dios): Por cuanto has escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol de que te mandé no comieses, maldita sea la tierra por tu causa: con grandes fatigas sacarás de ella el alimento en todo el curso de tu vida. (Gén. 3, 17).

Espinas y abrojos te producirá, y comerás hierbas de la tierra. (Gén. 3, 18).
Mediante el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra de que fuiste formado: puesto que polvo eres y a ser polvo tornarás. (Gén. 3, 19).

Y dijo el Señor Dios: Ved ahí al hombre que se ha hecho como uno de nosotros, conocedor del bien y del mal; no vaya ahora a alargar la mano y tome también del fruto del árbol de la vida y coma de él, y viva para siempre. (Gén. 3, 22).

Como vemos, el trabajo es una maldición que recayó sobre el hombre por su desobediencia. Y así se lo ha considerado, al menos en la tradición judeo-cristiana, durante siglos. Sin embargo, pensemos por un momento y hagámonos algunas preguntas: ¿Hasta qué punto es el trabajo algo penoso, insufrible, fatigoso? ¿Es algo extraño a la naturaleza humana? ¿Hemos nacido para pasar la vida sin dedicarnos a nada, sin una meta, sin una ocupación que dé sentido a nuestros días? ¿Podemos ver, indolentemente, pasar las semanas, los meses y los años, sin que produzcamos nada y desperdiciemos así el tiempo (por lo demás, efímero) que nos ha sido dado?

Quizá durante mucho tiempo fue ese el ideal de la buena vida, tal y como dijo un humorista: “Qué bello es no hacer nada y luego descansar”. Quien ha considerado la ociosidad como una opción de vida no es otra cosa, lisa y llanamente, que un vago de siete suelas.
Hubo una época en que el trabajo se consideró un oprobio, que era para las clases bajas, pues los nobles únicamente podían elegir la carrera de las armas (al menos, hacían algo, aunque ese algo era horrible y destructor: la guerra). La esclavitud, baldón de la humanidad desde hace milenios –pues no ha desaparecido, como muchos ingenuos creen– se estableció para que quienes, por una razón o por otra caían en ese estado, realizaran todas las tareas más penosas y difíciles; no obstante, pienso que ellos, en sus duras ocupaciones cotidianas, al menos tenían en qué utilizar su día, y no pasar la vida dedicados a… nada. Quién sabe a cuántos de ellos, esclavos u obreros supuestamente libres, les debemos maravillas tales como las pirámides, los palacios, las catedrales. A quienes, encadenados al remo y bajo el látigo del cómitre, llevaron los navíos hacia tierras ignotas y mostraron al mundo todos los secretos que guardaban esos lejanos lugares, les debemos el avance de la civilización. A los escribas, que allá, en Sumeria, hace miles de años grababan en tablillas de arcilla sus signos cuneiformes, les debemos el más grande regalo que hombre alguno haya dado a la humanidad: la escritura. A quienes, bajo soles abrasadores, conducían arado y bueyes y cultivaban la tierra, les debemos el alimento, “el pan nuestro de cada día”. Y nosotros, los que hoy por hoy todavía poblamos el mundo, ¿a quiénes, aparte de nuestros padres, debemos mucho de lo que somos? A nuestros queridos y esforzados maestros, que se dedicaron a una de las más nobles tareas: instruir y educar.

Estos son solo unos poquísimos ejemplos de los infinitos trabajos que ha desempeñado el hombre en su búsqueda de horizontes más amplios, de mejores modos de vida, de conocimiento, de superación.

Es tan importante el trabajo, que ya desde cientos de miles de años atrás, sin esperar ninguna maldición bíblica, los homínidos, a base de esfuerzo y denodado trabajo (impulsados por la evolución), dejaron de serlo y se convirtieron en homo sapiens; desde entonces, no han cejado en su empeño de avanzar cada vez más: inventaron la rueda; desarrollaron la agricultura (con lo que dejaron de ser cazadores-recolectores y optimizaron la consecución de los alimentos); inventaron dioses y les levantaron templos; dictaron leyes y organizaron magníficas sociedades; construyeron ciudades cada vez más sofisticadas, para vivir en sociedad; navegaron y descubrieron tierras; inventaron la gastronomía; estudiaron el organismo del hombre y del animal; inventaron la máquina de vapor, el tren, el avión y los cohetes; desentrañaron los misterios de la naturaleza; inventaron la escritura; descubrieron el ADN y la estructura del genoma humano; compusieron música; estudiaron el cosmos; en fin, hicieron posible la vida tal como la conocemos. El saber humano es tan inmenso, que no es posible enumerar todos los vastísimos campos que abarca.

Y ya que estamos en el tema, ¿qué habría sido de nosotros sin el trabajo? El esfuerzo diario, unido al afán de aprender y mejorar cada día, y las duras jornadas, que muchas veces iban más allá de las reglamentarias horas laborables, ampliaron nuestro horizonte; nos permitieron apreciar las excelencias de la disciplina y saber que sin ella no se llega a ninguna parte; y, sobre todo, nos dieron libertad, no solo la económica, sino otra, la más importante, esto es, el hacernos cargo de nuestra vida, decidir por nuestra cuenta y riesgo, y no permitir que nadie interfiriera en nuestras actividades. Además, nos dimos cuenta (no todos, pero sí muchos) de que, aunque el dinero es necesario y hasta indispensable para vivir, no se debe trabajar exclusivamente por la recompensa pecuniaria: lo fundamental es amar el trabajo, hacerlo con alegría, con esmero y dedicación; solo así, cuando llega la edad del retiro porque hay que dar paso a los jóvenes, nos alejamos del trabajo remunerado, sí, pero llevamos ya impreso el sello de personas activas y continuamos laborando; ojalá lo hagamos hasta el final de nuestra existencia.

¿Maldición? ¡No, de ninguna manera! El trabajo es una de las más grandes bendiciones que recibimos en la vida.

Fina CrespoAgosto de 2016

APÉNDICE:

No nos viene mal un poco de información sobre la palabra trabajo: su etimología y significado.

¿Qué nos dice Corominas? Veamos: TRABAJAR, del latín vulgar TRIPALIARE “torturar”, derivado de TRIPALIUM “especie de cepo o instrumento de tortura, compuesto de TRES y PALUS, por los tres maderos que formaban dicho instrumento; en castellano antiguo y hasta hoy en día, trabajo conserva el sentido de “sufrimiento, dolor, pena”; de la idea de sufrir se pasó a “esforzarse” y “laborar”. Primera documentación: Berceo. (…) TRABAJO no viene directamente de TRIPALIUM, sino que es postverbal de trabajar, de fecha ya antigua, pues es común a todos los romances de Occidente. (…) Ya desde 1400, laborare y labor se traducían por trabajar y trabajo. Y desde el siglo XVI, esta acepción es la normal. (…) Ya en Nebrija: “trabajo: labor; trabajosa cosa: laboriosa; trabajar: laboro”.
AUTORIDADES nos dice, como primera acepción: “TRABAJAR. Ocuparse en cualquier exercicio, trabajo ú ministerio, que haga cessar, y faltar el ocio”. (La ortografía es la de la época).
¿Y qué dice el DILE sobre trabajar? Veamos su primera acepción, que es la que nos interesa: 1. Ocuparse en cualquier actividad física o intelectual.
Interesante, ¿verdad?

FRASES SOBRE EL TRABAJO:

Aristófanes: ¡Quieran los dioses que cada uno desempeñe el oficio que conoce!

Balzac: En el trabajo olvido mis sufrimientos… ¡El trabajo es mi salvación!

Baudelaire: El mejor remedio contra todos los males es el trabajo.

Cantú: El pan más sabroso y las comodidades más gratas son las que se ganan con el propio sudor.

Carlyle: Bienaventurado el que ha encontrado su trabajo; que no pida más.

Horacio: El placer que acompaña al trabajo pone en olvido la fatiga.

Jefferson: El trabajo hecho con gusto no cansa jamás.

Pascal: Cuando alguien se queja de su trabajo, que lo pongan a no hacer nada.

Séneca: Ningún día es demasiado largo para el que trabaja.

Lichtenberg: No se duerme para dormir, sino para trabajar.Marco Aurelio: Encaríñate con tu oficio, por pequeño que sea, y descansa en él.

Rousseau: Trabajar es un deber indispensable al hombre social. Rico o pobre, fuerte o débil, un ciudadano ocioso es un bribón.

Tolstoi: La condición esencial de la felicidad del ser humano es el trabajo.

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¿Y qué nos enseñó nuestra madre, en la más tierna infancia? He aquí dos ejemplos:
-Caballito que corres uncido al carro, / dime por qué brilla tu pelo tanto. / ¿Cómo te lo compones? / -¿Cómo? Sudando.
El buey arrastra el arado / la oveja da su vellón / el perro cuida el ganado /caza el gato más medroso/ su ratón. Solo el ocioso / es animal sin destino.

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