La mujer debe adorar al hombre como a un dios. Cada mañana debe arrodillarse nueve veces consecutivas a los pies del marido y, con los brazos cruzados, preguntarle: Señor, ¿qué deseas que haga? (Zaratustra, filósofo persa, siglo VII a.C.)
Todas las mujeres que lleven al matrimonio a los súbditos de Su Majestad mediante el uso de perfumes, pinturas, dientes postizos, pelucas y rellenos en caderas y pechos, incurrirán en el delito de brujería, y el casamiento quedará automáticamente anulado. (Constitución nacional inglesa, siglo XVIII).
Aunque la conducta del marido sea censurable; aunque éste se dé a otros amores, la mujer virtuosa debe reverenciarlo como a un dios. Durante la infancia, una mujer debe depender de su padre; al casarse, de su marido; si éste muere, de sus hijos; y, si no los tuviera, de su soberano. Una mujer nunca debe gobernarse a sí misma. (Leyes de Manu, libro sagrado de la India).
Cuando un hombre fuera reprendido en público por una mujer, tiene el derecho a golpearla con el puño o el pie, y romperle la nariz, para que así, desfigurada, no se deje ver, avergonzada de su faz. Y le está bien merecido, por dirigirse al hombre con maldad y lenguaje osado. (Le Ménagier de París, tratado de moral y costumbres, de Francia, siglo XIV).
Los niños, los idiotas, los lunáticos y las mujeres no pueden y no tienen capacidad para efectuar negocios. (Enrique VIII, rey de Inglaterra, siglo XVI).
Cuando una mujer tuviera una conducta desordenada y dejara de cumplir sus obligaciones del hogar, el marido puede someterla y esclavizarla. Esta servidumbre puede, incluso, ejercerse en casa de un acreedor del marido; y, durante el período que dure, le es lícito al marido contraer nuevo matrimonio. (Código de Hammurabi, Babilonia, siglo XVII a.C.)
Los hombres son superiores a las mujeres, porque Alá les otorgó la primacía sobre ellas. Por tanto, dio a los varones el doble de lo que dio a las mujeres. Los maridos que sufrieran desobediencia de sus mujeres pueden castigarlas: abandonarlas en sus lechos e incluso golpearlas. No se legó al hombre mayor calamidad que la mujer (El Corán).
Que las mujeres estén calladas en las iglesias, porque no les es permitido hablar. Si quisieran ser instruidas sobre algún punto, pregunten en casa a sus maridos. (San Pablo, año 67 de n.e.)
El hombre es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de su iglesia. (San Pablo).
La naturaleza hace mujeres sólo cuando no puede hacer hombres. La mujer es, por tanto, un hombre inferior e incompleto. (Aristóteles, siglo IV a.C.)
El peor adorno que una mujer puede querer usar es ser sabia. (Lutero, el Reformador, siglo XVI).
Dijo (dios), así mismo, a la mujer: Multiplicaré tus dolores en tus preñeces; con dolor parirás los hijos, y estarás bajo la potestad de tu marido, y él te dominará. (Génesis, 3, 16).
Dos hijas tengo, que todavía son doncellas; éstas os las sacaré afuera, y haced de ellas lo que gustareis, con tal que no hagáis mal alguno a estos hombres, ya que se acogieron a la sombra de mi techo. (Génesis, 19, 8. Palabras de Lot a los habitantes de Sodoma).
No codiciarás la casa de tu prójimo. No desearás su mujer, ni esclavo, ni esclava, ni buey, ni asno, ni cosa alguna de las que le pertenecen. (Éxodo, 20,17).
A quien dios quiso, varón lo hizo. (Refrán popular).
La Iglesia católica discutió durante varios siglos para dilucidar si la mujer tenía o no tenía alma.
La mujer sólo es apta para el servicio del vientre. (San Agustín).
La mujer casada, pierna quebrada y en casa. (Fray Luis de León).
Cuando el semen es fuerte, nace un varón. Cuando el semen está dañado, nace una mujer. (Santo Tomás de Aquino).
El hombre es cerebro; la mujer es corazón. La mujer no quiere ser persona, quiere ser mujer. (Cibercorreo con supuestas alabanzas a la mujer, tras de las cuales se agazapa el machismo). ¿Qué somos las mujeres? ¿Acaso no somos, ante todo, personas?
El sexo masculino es el más inteligente. (Sesudos estudios de hace cincuenta años o más).
Y así, ad infinitum.
Todas estas perlas, provenientes de la sabiduría milenaria y de la no tan milenaria, no demuestran otra cosa que el infinito desprecio que los hombres han manifestado hacia las mujeres. Nacer mujer nunca fue fácil, ni lo es, en cualquier cultura, en cualquier civilización, a lo largo de la historia.
Se trata de hacernos creer que en la actualidad hemos llegado a la igualdad respecto al varón. No es así. Basta ver el mundo laboral. No hace falta ser muy inteligente para darse cuenta de que a la mujer trabajadora le queda mucho por recorrer y luchar para equipararse al varón. Algo se ha conseguido, sí; pero seguimos rezagadas.
Hay una moral para el hombre; otra para la mujer. ¡Y lo peor de todo es que son muchas las mujeres que creen que las cosas tienen que ser así, porque así fueron desde hace siglos!
Mujer, ¡despierta! No hay argumento valedero para mantener un sistema patriarcal que no tiene razón de ser en este mundo. ¿Sabes, mujer, cuándo y por qué los hombres se apoderaron del gobierno de la sociedad, y esclavizaron y sometieron a la mujer? ¿Cuándo? Desde la división de las tareas, allá, hace unos diez mil años, al nacimiento de la agricultura. ¿Por qué? Pues… por increíble que parezca, porque nos temen. Y siempre se trata de combatir y aniquilar aquello que se teme.
¿Por qué nos temen? Porque somos poderosas; porque tenemos la vida en nuestro cuerpo; porque desde que vieron la luz por primera vez, unos brazos de mujer los mecieron, una voz de mujer los arrulló, unos pechos de mujer les dieron la savia de la vida, unas manos de mujer los acariciaron, una mente de mujer los formó y educó. Y eso marca para siempre. Más tarde, es una mujer la que posee la poderosísima atracción del sexo, la que da los hijos, la que hace que el hogar valga la pena.
Felizmente, estamos en una nueva era. Está por terminarse la primera década del siglo XXI, y un nuevo milenio espera ser escrito. Y este primer siglo debe ser escrito por las mujeres. Hoy por hoy, vemos que la lucha tenaz sostenida por el sexo femenino, que comenzó en Europa hace ya rato, está dando algún fruto. Ya no existen profesiones “masculinas”, vedadas a la mujer. Hemos demostrado que somos tanto o más inteligentes que los hombres, que podemos luchar en la vida con más valor que ellos, y que somos capaces de afrontar en mejor forma, tanto el triunfo como la adversidad, sin instalarnos en una nube ni hundirnos en el abismo, según sea el caso.
Sí, los tiempos han pasado y cambiado. Ya no es el matrimonio la meta de las mujeres. Ahora hay otro axioma: A mayor cultura en la mujer, más tardío el matrimonio, o ningún matrimonio. Podemos elegir tener hijos o no tenerlos. Ya no tenemos que soportar ser tratadas como perpetuas menores de edad o como discapacitadas.
Las mujeres, en la época actual y en buena parte del mundo, hemos demostrado nuestra valía en el campo laboral, económico, político y científico. Pasaron ya los tiempos en que grandes escritoras tenían que firmar sus obras con nombres masculinos. Vale recordar que la primera médica de Inglaterra cubrió de vergüenza a sus padres por el delito de querer estudiar medicina, y soportó toda clase de vejaciones en la universidad. Concepción Arenal, la eximia escritora española, asistió a la universidad disfrazada de hombre. Y Emilia Pardo Bazán, otra excelente escritora, cuando fue catedrática, dictaba su clase a nadie, porque ningún varón quería asistir. Sor Juana Inés de la Cruz tuvo que sumirse en el silencio y no volver a escribir, pues la superiora no se lo permitía, y hasta la llevó ante el obispo para que éste “la hiciera entrar en razón y volver por el buen camino”. Las sufragistas de comienzos del siglo XX fueron a la cárcel por defender su derecho al voto. Son numerosos los ejemplos de la lucha sin cuartel sostenida por las mujeres para obtener justicia.
En la actualidad tenemos presidentas, primeras ministras, secretarias de Estado, aviadoras, médicas, abogadas, ingenieras, astronautas, sin que por ello estas magníficas mujeres hayan perdido su femineidad.
Ya no estamos en la época en que la mujer pertenecía al hombre. Todavía quedan unas tantas sometidas, desde las que dicen: “Deja que pegue, marido es”, hasta las que se quitan su propio apellido y, como si no lo hubieran tenido nunca, toman el del marido, como si hubieran sido engendradas por el viento. Y conste que lo hacen en un país como el nuestro, en donde la legislación manda mantener el apellido propio.
En esta época, en que los enemigos de los “buenos”, o sea los “malos”, han cambiado de raza, de religión y de patria, mucho se combate a quienes obligan a sus mujeres a llevar la burka, reprobable imposición, por cierto. Pero nadie se ha puesto a pensar en que esas burkas son de tela, que se las pueden quitar dentro de casa y que las abandonan definitivamente al morir. Tampoco se ha pensado en que las peores burkas son las mentales, que te las colocan al nacer, y que NUNCA, NUNCA, NUNCA, te las puedes quitar, ni en la hora de la muerte, a menos que, sea cual sea tu edad, hagas un gran esfuerzo para sacarte la chatarra mental con que te llenaron la cabeza desde la infancia, y te conviertas en una persona libre, dueña de su vida y su destino.
Esta pequeña charla no tiene pretensiones de ser dogmática e irrefutable. No. Son sólo unas cuantas reflexiones, que cada cual puede tomarlas o dejarlas, pero que sí quieren servir de ayuda para que las mujeres superen sus miedos y sus incertidumbres, y se animen a desempeñar un papel sobresaliente en cualquier actividad que escojan, porque disponen de la mejor capacidad para ello.
Fina Crespo
Junio de 2010