Una vez más, Vargas Llosa nos trae una novela, El héroe discreto, ambientada en dos ciudades (al mejor estilo de Dickens): Lima y Piura. La obra contiene dos historias paralelas y un enigma. Poco a poco, a medida que avanza el relato, las líneas paralelas dejan de serlo para cambiar a convergentes, y el enigma se despeja.
Felícito Yanaqué, dueño de la Empresa de Transportes Narihualá, con sede en Piura, es un hombre de origen muy humilde, abandonado por su madre a muy tierna edad, y criado y educado por su padre, jornalero analfabeto, que trabajó sin descanso para darle la educación que él no recibió, y dueño de un gran sentido de su propia dignidad. Por ello, le dejó como herencia la educación y un consejo lleno de sabiduría: “Nunca te dejes pisotear por nadie, hijo. Este consejo es la única herencia que vas a tener”. Estas palabras se le grabaron en forma indeleble en su mente, y las tuvo en cuenta en todos los actos de su vida. Cuando las recibió de labios de su padre, las guardó para siempre en su memoria.
Esta corta mención del padre de Felícito basta para que su figura se alce como un gigante.
Felícito llegó, a fuerza de trabajo duro y tesón, a ser propietario de una importante empresa dedicada al transporte, la cual le produjo ingentes ganancias; a pesar de haber llegado a tener dinero, seguía siendo el hombre modesto de siempre.
Por un error de juventud, se había casado con Gertrudis, mujer a la cual no amaba; su matrimonio, como tantos otros, transcurría sin pena ni gloria, por lo cual decidió tomar una amante, Mabel, a la cual puso “casa chica” y se hizo cargo de todos sus gastos. La amaba profundamente; el día en que la hizo suya, lloró por segunda vez en su vida (la primera fue cuando murió su padre), pues, también por vez primera, supo lo que era amar y encontrar placer a la vez; sin embargo, no pensaba abandonar a su mujer, pues era la madre de sus hijos, Miguel y Tiburcio.
Con respecto a ellos, siempre tuvo una espinita clavada en su corazón: sospechaba que Miguel no era hijo suyo, pues era blanco, de pelo y ojos claros, en tanto que él y su mujer, así como el segundo hijo, eran morenos y de ojos oscuros. Sentía que la que llegó a ser su suegra le había tendido una trampa, al adjudicarle el embarazo de Gertrudis.
Trabajaba con ahínco y jamás tomaba vacaciones. Era respetado incluso por los dueños de empresas competidoras.
Cuando las cosas marchaban de lo mejor, llegó el problema: recibió una carta que por toda firma llevaba el dibujo de una arañita; en la carta le pedían, para “proteger” su empresa, quinientos dólares mensuales. Leída la carta, Felícito recordó el consejo de su padre y decidió que de ningún modo accedería a la extorsión.
Entre tanto, en la otra ciudad, Lima, don Ismael Carrera, hombre de algo más de ochenta años, viudo y con dos hijos que eran unas verdaderas sanguijuelas (y violadores, por añadidura), dueño de una boyante aseguradora, pide a don Rigoberto (el de los Cuadernos), casado con doña Lucrecia (la del Elogio), que lo acompañe a almorzar. Don Rigoberto, gerente de la aseguradora, que había resuelto jubilarse en breve, piensa que su jefe va a solicitarle que desista de su propósito. Pero, no. En realidad, quiere darle una noticia y pedirle un favor: ha decidido casarse con Armida, su empleada doméstica; el favor que le pide es que actúe como testigo de la boda, junto con Narciso, su chofer.
Pese a las graves consecuencias que de ello habrían de derivarse, don Rigoberto acepta. La boda se efectúa, y los novios parten a Europa en viaje de luna de miel.
Como era de esperar, los hijos de Ismael reaccionan malamente contra don Rigoberto, y emprenden acciones para anular el matrimonio de su padre.
Estas son las historias que transcurren paralelamente en las dos ciudades, Lima y Piura.
El enigma: Fonchito, el hijo de don Rigoberto (habido en su primer matrimonio, con Eloísa) y entenado de doña Lucrecia, tiene varios encuentros con un individuo llamado Edilberto Torres, a quien ve en distintos lugares, bien en el colegio, bien en el autobús, por citar solamente dos. Su padre y su madrastra se preocupan por esta situación, y acuden a un sacerdote y a una psicóloga para solucionar el problema.
A lo largo de la narración nos encontramos con no menos de treinta personajes, entre los cuales están don Rigoberto y doña Lucrecia, ya mencionados, protagonistas de otras obras de Vargas Llosa; y el sargento Lituma, de la inolvidable novela La Casa Verde. El reencuentro con todos ellos nos llena de nostalgia, pues nos remonta en la memoria a los tiempos en que leímos tales obras. Y especialmente esta última, que se publicó hace casi cincuenta años.
Como narrador, Vargas Llosa es espléndido. La descripción de los lugares en que transcurre El héroe discreto es excelente: calles, barrios, negocios, están a la disposición del lector, que los visita, los conoce y luego los recuerda. ¡Y los personajes! Desde Felícito a Ismael, don Rigoberto y doña Lucrecia, hasta Narciso, Mabel y Adelaida, sin dejar de lado a los otros, tienen una gran fuerza y se los ve tan reales como las personas que pueblan el mundo cotidiano. El burdo y rudo lenguaje que escuchamos con cierta frecuencia se justifica plenamente, pues no de otra forma se expresan quienes pertenecen a determinados estratos.
Felícito, “el héroe discreto”, es un personaje formidable; se mantiene firme frente a los requerimientos de los delincuentes; acepta la vida tal y como se le ha presentado, y renuncia, cuando llega el caso, a lo que más le había llenado de felicidad.
Don Ismael, el hombre de éxito, formado por un padre exigente y de gran visión, no recibe de sus hijos lo que podría haber esperado, y por eso fragua una venganza contra ellos.
Narciso, el fiel empleado de Ismael, es un ejemplo de discreción y lealtad.
Mabel, la joven que se entrega a un hombre viejo por dinero, representa a cuantas mujeres no tienen otra vía de escape a la pobreza y la marginación.
Armida, la empleada doméstica de Ismael, convertida luego en su mujer, es prudente y recelosa, y asume con mucha dignidad su nuevo papel de cónyuge de un hombre rico, sin perder la cabeza porque la fortuna le ha sonreído.
Los hijos de Ismael no pueden ser peores; lo único que les interesa es el dinero de su padre, y su más grande anhelo es verlo muerto. Pero en la vida real se encuentran individuos más abyectos todavía.
Un personaje que casi, casi, pasa desapercibido es Gertrudis, la mujer de Felícito; no obstante, cuando habla con su marido acerca de sus propias culpas y de los devaneos amorosos de este, vemos una mujer que, tras su aparente sumisión e insignificancia, muestra entereza y valentía para afrontar las circunstancias de su vida; además, comprende y justifica los hechos negativos que le han ocurrido.
Lituma, el capitán Silva, el ciego Lucindo y tantos otros, no son personajes de relleno: cada uno cumple un papel necesario dentro de la obra.
Este libro nos muestra la vida tal cual es; los personajes se mueven con naturalidad y no hay situaciones forzadas. Además, y esto es muy importante, nuevamente el autor nos deleita y sorprende con la yuxtaposición de parlamentos que corresponden a personas que no se encuentran en el mismo lugar y tiempo en el momento de la acción, pero que contribuyen a despertar el interés del lector y permiten una mejor comprensión de sucesos anteriores a esa misma acción. Esta es una de las características más encantadoras de la narrativa de Vargas Llosa.
Se enfocan distintos temas: el amor, el sexo, la amistad, la lealtad, la ingratitud, el valor, la traición, la mafia, los malos hijos, la fe y su pérdida, el chismorreo, la música y el otro rostro del periodismo. Y todo, dentro de una intriga muy bien traída y llevada, al punto de que el lector devora una página tras otra, en su apremio por conocer el desenlace. Nos habla de lo incierto que es todo en la vida: cómo, en el momento en que el hombre llega a la meta, cuando todas sus previsiones se han cumplido, un hecho fortuito o la misma muerte dan al traste con todo. ¡Cuánta confianza pone la gente en el dinero! Sin embargo, en un momento dado, no sirve para nada.
Hay tres observaciones que deben hacerse:
-En la página 313 se dice que Armida, la empleada doméstica de Ismael, ha dado un braguetazo al casarse con un hombre rico; pero la expresión sirve únicamente para el hombre que se casa con mujer rica; no a la inversa.
-En alguna parte se confunde el umbral con el dintel.
-Finalmente, la escena de sexo entre don Rigoberto y doña Lucrecia es totalmente irrelevante e innecesaria para el desarrollo de la obra que comento. Su inclusión no se justifica en absoluto.
Vale la pena leer esta obra: entretiene, nos hace reflexionar y no nos decepciona. Contiene mucha enjundia, como corresponde a un escritor de gran talla, como es Vargas Llosa. El mundo de sus libros es inagotable.
Fina Crespo
Noviembre de 2013
Escribes muy lindo!!!!! Estoy muy orgullosa de ser tu amiga. Tratare de encontrar en el libro todo lo que tu senalas. Sigue adelante, ayudando a personas como yo a entender lo que entre lineas se dice de este libro y sus personajes.
Erika
Muchas gracias, querida Erika. Tus palabras me alientan mucho.