Esta obra, una más de este excelente escritor cubano, nos introduce en un universo de amistad, amor, lealtad, intriga, suspenso, tragedia e historia, ambientado en las ciudades de La Habana y Ámsterdam, en épocas que van desde el siglo XVII hasta el XXI (concretamente hasta 2009), y que tiene como telón de fondo la historia de esas ciudades y esas épocas.
Se trata de una novela muy bien estructurada, pues, a pesar de que entre una y otra narración median casi cuatro siglos, no hay desarticulación alguna, sino que el todo es un conjunto armónico, bien concatenado, en el que los personajes se mueven con naturalidad y actúan como corresponde a la época en que viven.
La descripción de los lugares es magnífica: conocemos La Habana antigua y la actual, su gente y su carácter. La ciudad de Ámsterdam aparece ante nuestros ojos, en pleno siglo XVII: sus casas, sus calles, su intensa actividad comercial y la libertad de que hacen gala sus habitantes, incluidos los miles de judíos askenazíes y sefardíes que viven en ella, y su sinagoga. Asimismo, en algún momento se describe la ciudad de Miami como era en 1950, muy distinta de la actual.
Los principales personajes que pueblan las páginas de la obra son: Daniel Kaminsky, Joseph Kaminsky, Elías Ambrosius Montalbo de Ávila, Elías Kaminsky, Judy (la joven que buscaba la libertad) y Mario Conde. Desfilan también otros personajes, bien definidos, algunos de los cuales dan a la obra animación y humanidad; algunos otros reflejan el lado más oscuro de la condición humana.
Un personaje ciento por ciento histórico es importantísimo: Rembrandt, el pintor y grabador neerlandés (Leiden, 1606-Ámsterdam, 1669), cuya vida, aunada durante cuatro años con la de un personaje ficticio, está descrita admirablemente bien, y refleja la grandeza y las debilidades del artista. La descripción que Padura nos da del cuadro Ronda nocturna es, sin lugar a dudas, magistral.
Fijémonos en otro “personaje” importantísimo, intangible, pero que no podemos dejar de mencionar, porque se halla omnipresente a lo largo de toda la narración: el MIEDO, así, con mayúsculas, que se adentra en el cerebro y en la piel de la gente, en especial de los judíos, acosados, perseguidos, martirizados, víctimas de matanzas y crueldades sin límite. Y el odio, que llevado a sus mayores extremos, nos demuestra, como nos dice el autor, que “la furia doctrinaria de los hombres es la peor furia del mundo”.
Entre los elementos importantes de la narración está un cuadro, bosquejo de la cabeza de Cristo, firmado por Rembrandt y obra de su alumno Elías, que había merecido tan grande honor de parte del Maestro.
Son cuatro los relatos fundamentales:
En primer lugar, la vida de Daniel Kaminsky, llegado a Cuba cuando era un niño de ocho años; su orfandad a raíz de la pérdida de su familia (padres y hermana pequeña, que viajaban en el buque Saint Louis, en 1939, y que después de llegar a Cuba hubo de regresar a Alemania, con novecientos judíos que trataban de huir de la muerte en los campos de concentración de Hitler, y a los que Cuba, Estados Unidos y Canadá negaron el permiso de inmigración, con lo cual los condenaron a una muerte horrible); su adaptación a la nueva patria; el apoyo brindado por su tío Joseph, que actuó con él como un verdadero padre; sus amigos de infancia, adolescencia y primera juventud, que son un ejemplo de lo que es la amistad incondicional y la lealtad; su despertar a las exigencias de una religión que conservaba la Ley sin cambios, desde que era válida para tribus nómadas, pero que ya no tenía validez para la época moderna; su consiguiente rebelión y el anhelo de dejar de ser judío (experimentaba una falta absoluta de fe, de compromiso con una causa: el entonces recién fundado Estado de Israel, causa revestida de mesianismo, en tanto sentía en su interior una rebeldía contra viejos y limitantes preceptos religiosos rescatados por el flamante Estado); su expatriación a Estados Unidos y su retorno al redil, pero sin renunciar a sus principios, esto es, su inserción en la sociedad judía, pero sin las creencias.
El segundo relato, muy bien coordinado, nos lleva casi cuatro siglos atrás en el tiempo, a la ciudad de Ámsterdam, al taller de Rembrandt, a la sinagoga, a la vida de los judíos sefardíes y askenazíes de la época, a la condena de Baruch Spinoza, a la aparición de un supuesto Mesías, al ansia de los judíos por encontrar, al fin, la solución de sus graves problemas en la sociedad en que vivían, y… al MIEDO.
La tercera narración es la vida de los adolescentes habaneros, cuya encarnación es Judy, hija de un corrupto exfuncionario del régimen. Conocemos a los jóvenes que se denominan emo, inconformes, desorientados, a la búsqueda de Algo que les dé una razón para vivir. Están hartos de la falta de libertad; y, al buscar una salida, la encuentran en la droga y en la autoagresión. Pero, si esos adolescentes actúan así movidos por el anhelo de una vida de libertad, ¿por qué hay otros que, aunque viven en países supuestamente libres, actúan de la misma manera? ¿No será que se trata de un problema universal, cuyas raíces se las debe buscar más allá de las que se ven a simple vista?
El cuarto relato tiene que ver con una carta dirigida por Elías Ambrosius a Rembrandt, que se fundamenta en una exhaustiva investigación histórica e, incluso, escrita en documentos históricos de primera mano, como es el caso de Javein mesoula (Le fond de l’abime), de N.N. Hannover, que es, en palabras de Padura, “un impresionante y vívido testimonio de los horrores de la matanza de judíos en Polonia entre 1648 y 1653, escritos con tal capacidad de conmoción que, con los necesarios cortes y retoques, decidí retomarlo en la novela, rodeándolo de personajes de ficción. Desde que leí ese texto supe que no sería capaz de describir mejor la explosión del horror y, mucho menos, de imaginar los niveles de sadismo y perversión a los que se llegaron en la realidad constatada por el cronista y descrita por él, poco después”.
El lector queda devastado y no entiende cómo es posible que la maldad humana llegue a tales extremos; son propios de mentes enfermas de odio y fanatismo. Los cristianos, al creerse superiores y dueños de la verdad, quisieron borrar una religión (la judía) que tenía tanto derecho a existir como la suya propia. Lo extraordinario es que los judíos lo soportaron todo, por el convencimiento de que esas desgracias les sucedían por una maldición divina que estaban en la obligación de aceptar, mientras llegaban el fin del mundo y el verdadero Mesías.
Cada una de estas narraciones está separada en libros, al modo de la Biblia: Libro de Daniel, Libro de Elías, Libro de Judith y Génesis. No podía el autor haber tenido más feliz idea. Los cuatro libros están perfectamente vinculados; no hay cabos sueltos ni palabras desperdiciadas. Todos los hechos narrados tienen un porqué. El lenguaje de Padura es, como no podía ser de otra manera, contundente y adecuado a cada circunstancia, y refleja, en cada oportunidad, muy apropiadamente, ya sea dramatismo, humor, suspenso y, en fin, toda una gama de expresiones, a cuál más acertada. Ello no impide que haya frases en las que no se respeta la concordancia y que se note cierto descuido en la ortografía.
El autor es un crítico implacable del régimen de Fidel Castro, cuyo nombre no menciona, pero al que alude en cada ocasión en que así lo demanda el relato. También se muestra implacable con Batista y su régimen de abuso y corrupción.
Los herejes son muchos, no solo Daniel y Joseph Kaminsky, Rembrandt, Elías Ambrosius o Judy. También lo son Conde, sus amigos, Tamara y otros más. Los herejes, los que se rebelan, los que se permiten disentir del criterio mayoritario, son quienes hacen avanzar al pensamiento; son los que incitan a la reflexión, al examen de las “verdades inmutables”, lo cual conduce a una liberación del espíritu y su consiguiente encuentro de regiones de paz y libertad; claro, libertad de pensamiento, que es la única posible para todo ser humano en cualquier época y lugar. Desde luego, la palabra hereje no la tomamos aquí solamente con la acepción que en Cuba se le da, que consta en el DRAE y que el autor menciona en la página 14, sino con todos los otros significados que acepta la RAE.
Este libro nos muestra que es un absurdo tratar de uniformar a la sociedad (a cualquier sociedad), bajo regímenes que, so pretexto de igualdad social, imponen normas que de ninguna manera deben aplicarse como si los seres humanos fueran un rebaño al que se debe conducir sin tomar en cuenta su individualidad. Cada persona debe encontrar su camino por sí sola. No es posible ser feliz por decreto.
Y aquí entran, asimismo, los sistemas que, so capa de libertad, embrutecen la mente de las personas con promesas de felicidad basadas en crear necesidades que nunca se satisfacen, porque siempre surgen otras (que para eso está la insidiosa propaganda, efectuada por todos los medios posibles, con un lenguaje seductor y taimado).
Padura, por medio de uno de sus personajes, nos dice que “ser un hombre libre es más que vivir en un lugar en donde se proclama la libertad”. Por tanto, no basta con hablar de libertad, palabra que se halla en boca de todos los gobernantes de cualquier tendencia: hay que asumirla en lo personal, con todos los riesgos y la discriminación que conlleva para quien en verdad es libre.
Cabe recomendar la lectura de este magnífico libro a todos los herejes convictos y confesos, a los herejes camuflados y a los aspirantes a herejes. Y también a los que miran mal a los herejes.
Fina Crespo
Mayo de 2014