EL MUNDO ALUCINANTE

39278-frase-en-el-mundo-alucinante-yo-hablaba-de-un-fraile-que-habia-pasado-por-variasreinaldo-arenasReinaldo Arenas, 1965

El autor nos dice que este libro no es una novela histórica o biográfica, pues no pretende ser sino, simplemente, una novela. Sin embargo, si hemos de hacer justicia al escritor, tenemos que reconocer que la obra sí es una novela histórica y biográfica, toda vez que, en el mundo hiperbolizado y alucinante en que se desarrolla la acción, mientras el protagonista recorre ciudades y países, vamos conociendo su vida y los acontecimientos que ocurren en la correspondiente época.

La obra trata de la vida y andanzas de fray Servando Teresa de Mier, personaje histórico (1765-1827), dominico y doctor en teología, que por su sermón en que ponía en tela de juicio las apariciones de la Virgen de Guadalupe, fue apresado por la Inquisición y procesado. Estuvo en cárceles de México y España, de las cuales logró fugarse; finalmente, abolido y disuelto el Tribunal del Santo Oficio, logró quedar en libertad. En México coincidió con el poeta cubano José María Heredia, que también había padecido persecución a causa de sus ideales (luchaba por la independencia de la isla, que en ese entonces era colonia española).

Algunos de los episodios de la vida de fray Servando están narrados hasta tres veces: según pudieron haber sucedido; según la desbordante imaginación del autor, y según ocurrieron en la realidad.

En la carta dirigida a fray Servando, a doscientos años de distancia, Arenas le informa de todos los lugares por los que anduvo para conocer su vida y su pensamiento, a consecuencia de lo cual ha llegado a conocerlo y amarlo, y a descubrir que él mismo y el fraile son idéntica persona. No lo muestra como un hombre inmaculado desde el punto de vista de la pureza evangélica, ni como un héroe intachable, sino como lo que realmente fue: una de las figuras más importantes de la historia literaria y política de América, y un hombre formidable.

Fray Servando nace en Monterrey, en donde pasa su infancia. El relato de esta etapa de su vida es fascinante, porque la triple narración nos deja ver, tanto la realidad de los hechos, como el torrente de imaginación con que se la describe.

Al dejar Monterrey para seguir la carrera eclesiástica en la capital, fray Servando tiene oportunidad de ver la miseria de las clases bajas, las supersticiones que abundan, la corrupción que hace de las suyas en los conventos y el abuso de poder de las clases altas. Hombre cabal desde su más temprana juventud, rechazó las proposiciones obscenas que se le hicieron, quizá no porque habrían de desagradarle, sino por la dependencia que ello habría de significar en su vida.

En el convento buscó libros dignos de leerse. Al no encontrarlos allí, los buscaba por todas partes; al fin, los encontró entre los que se hallaban en la aduana sin que las autoridades decidieran si permitían su ingreso al país, y que los marineros se dedicaron a contrabandear. Leía vorazmente, en todas partes: debajo de la cama, detrás del altar mayor y entre los troncos de los árboles del patio. Había descubierto los libros. Quiso saber. Cayó en el foso sin escape de las letras. Entre los libros buscaba respuestas a cuantas preguntas se hacía. Y quiso saber más. Siempre se considera algo terrible y malsano el querer saber; más aún en esa época, en que muchos libros no contenían, según los censores, otra cosa que locura y sacrilegio.

Fray Servando se convirtió en un excelente predicador. Y como había impresionado al arzobispo con un sermón, este le solicitó que pronunciara otro, sobre la Virgen de Guadalupe. Este hecho marcó su destino: deambular por todo el mundo, huyendo sin cesar de sus captores. Pues es el caso que fray Servando, en lugar de decir en su sermón las cosas que se acostumbraban, protagonizó “un largo combate entre los antiguos dioses y las nuevas leyendas”. Puso en duda la aparición de la Virgen, ya que, según él, había llegado a México en tiempos muy antiguos, como parte de los dioses ancestrales, antes de la llegada de los españoles. Por ese hecho cayó en la primera de muchas prisiones que habrían de venir. Desde luego, tampoco el arzobispo creía en la aparición de la Virgen, pero le convenía tener engañado al pueblo, lo cual le producía buenas utilidades.

Lo más terrible de la prisión fue que el provincial de la Orden no le permitió conservar ni un solo libro; le había negado, asimismo, papel y útiles para escribir, todo lo cual lo llevaba a la más amarga desesperación. Embarcado a España, vio los horrores del comercio de esclavos en los barcos negreros, monstruosidad que nos hace pensar que los seres humanos no merecemos que se nos llame criaturas superiores, pues los animales son incapaces de cometer tales iniquidades.

Con sucesivos escritos, fray Servando se defendió ante las autoridades competentes; pero nadie prestó atención a sus reclamos, pues “la justicia no existe donde el gobierno está en manos de los poderosos”.

Logró fugarse de la prisión y llegar a Valladolid, en donde, una vez más, pudo constatar la corrupción de los ministros de la Iglesia. Luego, va a Madrid, en donde se asombra de la vida en esa ciudad, pues las prostitutas abundan (más de cuarenta mil, “solamente en la corte de Madrid, y esto sin contar las cortesanas, las damas nobles ni la reina”). Vicios de todo tipo proliferan en la ciudad.

Y así, de prisión en prisión, entre las que se intercalan temporadas de libertad gracias a sus fugas, fray Servando va a recalar en Francia, Portugal, Inglaterra, Cuba, Estados Unidos, Italia y, finalmente, en México, su patria, a la que tanto había añorado, al punto de conmoverlo hondamente la visión de una planta de agave (maguey), trasplantada a otro país y enjaulada en un pequeño cubículo. Tanto había anhelado la independencia de su tierra, y cuando llegó, encontró que Iturbide, que había tomado el poder, no satisfacía en lo más mínimo lo que se esperaba una vez obtenida la independencia. Por mostrarse contrario al gobernante fue encarcelado una vez más, en su propio país; pero, también una vez más, logró fugarse. Más tarde participó, como diputado por Nuevo León, en el segundo congreso constituyente, en 1813.

Aposentado en la casa de gobierno, se encuentra con el poeta Heredia, y tiene lugar un impresionante intercambio de ideas entre los dos hombres: el poeta, que trata a toda costa de hacer valer sus méritos, y el fraile, que es político y escritor, que habla de sus desengaños al no conseguir para su patria el modelo de gobierno que consideraba el mejor. Dice: Y qué somos, qué somos en este palacio sino cosas inútiles, reliquias de museo, prostitutas rehabilitadas. De nada sirve lo que hemos hecho si no danzamos al son de la última cornetilla. De nada sirve. Y si pretendes rectificar los errores no eres más que un traidor, y si pretendes modificar las bestialidades no eres más que un cínico revisionista, y si luchas por la verdadera libertad estás a punto de dar con la misma muerte…”

Toda la obra es una inmensa alegoría, llena de hipérboles, en donde los hechos se agigantan hasta llevar al lector a entender en toda su magnitud los acontecimientos relatados. La fantasía se aúna con la realidad para entregarnos un libro emocionante desde la primera hasta la última página. Las andanzas de fray Servando nos llevan al mundo de la Inquisición, de las prisiones sórdidas, de los tormentos y miserias de quienes viven sometidos a un poder despótico. Nos encontramos con personajes como Simón Rodríguez, Simón Bolívar y su prima Fanny, Humboldt, Constant, madame de Stäel y Francisco Xavier Mina.

Las reflexiones de fray Servando sobre política, religión y más temas, son profundas y admirables. El autor las ha tomado de las obras del fraile, especialmente de Apología.

Las ciudades europeas como Roma, París, Madrid, tan celebradas por cuantos las han visitado, aparecen como realmente las ve fray Servando: sórdidas, con sus tugurios, sus delincuentes, su miseria y su abyección. La fantasía campa a lo largo y ancho de la obra, unida a la realidad histórica, en un relato no exento de humor; así, por ejemplo, la batalla de Trafalgar, contada por el fraile, es una verdadera fiesta, llena de ironía, exageraciones y acontecimientos increíbles. El vuelo de la imaginación y la omnipresente hipérbole nos conducen por cárceles y conventos, y dramatizan las ideas de tal modo que el lector capta, en toda su terrible verdad, la dureza de la vida a la que tantos infelices seres humanos hubieron de someterse, que incluye la miseria, la injusticia y, en muchos casos, una muerte horrible. Y en medio de tanto dolor vemos que, mientras el espíritu es libre, no hay cárcel ni cadenas que aprisionen al hombre.

El viaje por las tierras del amor nos muestra los vicios a los que se entregaba la clase privilegiada. Se busca la felicidad, pero es una tarea inútil, porque la dicha no existe. En páginas excelentes se demuestra la inutilidad de los afanes del hombre, que ni siquiera sabe qué es lo que desea alcanzar, y se nos dice que es preferible no soñar en situaciones “mejores” que quizá sean peores que aquellas por las que atravesamos, pues muchas veces alcanzar un sueño conduce a la aniquilación. Sobre el dinero, está la magnífica metáfora del hombre que hereda una fortuna considerable, que se vuelve una carga que solamente lo hace sufrir y desear liberarse de ella. Al referirse a los tan denostados sacrificios humanos que efectuaban los aztecas, no podemos dejar de parangonarlos con las hogueras levantadas por los cristianos “civilizados”. También con estas se aplacaba la ira de un Dios enojado y ofendido.

Y, finalmente, al término de su vida, fray Servando, que ya se preparaba para ir a Dios, duda, siente miedo. Miedo de que al final de aquellos vastos recintos no hubiese nadie esperándolo. Miedo a quedarse flotando en un vacío infinito, girando por un tiempo despoblado, por una soledad inalterable donde ni siquiera existiría el consuelo de la fe. Miedo a quedar totalmente desengañado.

Esta obra, que habla de un mundo verdaderamente alucinante, perdido ya en el polvo de los siglos, contiene tanta fantasía como realidad. Ciertamente, ¿qué sería de nosotros si en nuestra vida no pusiéramos algo de imaginación y solo nos conformáramos con la prosaica realidad del mundo material? Tenemos que introducir en nuestra existencia el ideal, la poesía, la infantil capacidad de imaginar por imaginar, sin otro propósito que endulzar nuestra cotidianidad y darle un vuelco que nos aparte de la rutina y la cadena sin fin de los mismos acontecimientos, repetidos día tras día.
Este libro nos lo enseña.

Fina Crespo
Noviembre de 2015

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