Basada en hechos reales, con los que muy sutilmente se funde la ficción, Arturo Pérez-Reverte, conocido escritor español, nos trae un relato apasionante: nada menos que la adquisición, por parte de la Real Academia Española, de la Enciclopedia (Encyclopédy), o Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios, obra capital de los más ilustres pensadores franceses del siglo XVIII.
El historiador nos dice que, en un principio, la Enciclopedia no tenía que ser sino una traducción de la Cyclopaedia británica; pero Diderot, que iba a traducirla, se hizo cargo de la dirección general y la convirtió en una obra original a plenitud. La revisó D’Alembert, y contó con la colaboración de distinguidos personajes, como Voltaire, Rousseau, Montesquieu, Buffon, La Condamine y tantos otros, cada uno con sobrados méritos. La financiaron cuatro mil suscriptores. Por su contenido, de polémica ideología para la época, se prohibió su publicación, de modo que hubo que salvar grandes escollos para que la empresa pudiera llegar a buen término. Y, si en Francia ocurrían estos hechos, en España era imposible importar la obra.
Pérez-Reverte inicia la narración con un duelo, pero no nos dice quiénes son los contrincantes. Y aquí tenemos, ni bien comienza la obra, la primera escena de suspense, hecho que se repetirá varias veces a lo largo del libro y en lo cual el autor se revela como un experto. Y nos deja sin saber quiénes son los duelistas, hasta casi, casi, el final.
Continúa con la proposición de don Francisco de Paula Vega de Sella, director de la Academia, de que dos de sus miembros, don Hermógenes Molina y don Pedro Zárate y Queralt, viajen a París con el objeto de adquirir la Enciclopedia (versión original en veintiocho tomos), misión que los llevará a correr una aventura de mucho riesgo, en la que hasta expondrán su vida, pese a lo cual alcanzarán su propósito.
A este proyecto (que no cuenta con el beneplácito de todos los presentes en la sesión) se oponen tenazmente los académicos don Justo Sánchez Terrón y don Manuel Higueruela. Se toma votación y triunfa la propuesta de Vega de la Sella. Varios votos en blanco denotan la oposición de los clérigos que, por motivos de índole religiosa, no apoyan la compra de una obra que se opone a la doctrina católica.
Al salir de la sesión, Higueruela, que busca y encuentra el momento de conversar con Sánchez Terrón, convence a este de organizar acciones que hagan fracasar la misión de Molina y Zárate. Contratan a un individuo que responde al nombre de Pascual Raposo, que será el encargado de impedir a toda costa el buen éxito de dicha misión.
Desde el inicio del viaje de Molina y Zárate hasta su culminación, el lector recorre caminos y conoce posadas, tanto de España, como de Francia. Se entera de los peligros que acechan al viajero, los trabajos que debe pasar y las incomodidades a las que tiene que someterse, en una época en que un viaje que duraba tantos días revestía características de verdadera epopeya, que nosotros, acostumbrados al automóvil, al avión y a otros tantos modernos medios de locomoción, casi no podemos imaginar.
Durante la estadía de los académicos en París, Pérez-Reverte nos lleva a conocer la ciudad, tanto los barrios elegantes donde viven la nobleza y la clase pudiente, como los lugares miserables, donde todo puede ocurrir. Las descripciones son estupendas: se nos muestran calles, casas, comidas, restaurantes donde las sirven, personajes (incluidos los de baja estofa), costumbres, vicios y todo cuanto podía verse en el París de ese entonces. Se ve desde la frivolidad de quienes tienen el poder y el dinero, hasta la terrible situación de las prostitutas, que se lanzan a esa vida desde muy tierna edad, debido a la miseria que azota a las clases marginadas. Nos enteramos de la venalidad de los funcionarios (plaga que persiste y persistirá por siempre), de la licencia de las costumbres, y de la amarga situación de los maridos cornudos y resignados a su suerte. Todo ello, fruto de una exhaustiva investigación, efectuada con paciencia y esmero.
De los personajes principales, Molina y Zárate, el primero es un hombre sencillo y sin vanidad, todo un erudito intelectual, católico hasta la médula, que se horroriza de la impiedad y de todo lo que cuestiona el dogma.
Zárate, un muy culto ex marino, es un hombre tranquilo, enigmático a veces, que, en circunstancias difíciles, calcula sus actos con mucha calma. Para él, la razón es el principal fundamento de todo, motivo por el cual ataca las creencias absurdas, que califica de supersticiones. Critica muy acerbamente la intromisión de la Iglesia en todos los ámbitos de la vida pública y privada, que la lleva a extremos tan ridículos como el de regular el tipo de bragueta que debe usarse. En una conversación con Molina, le dice: Si me dieran la inmortalidad absoluta a cambio de un día de Purgatorio, rechazaría el trato. Qué pereza, luego, todo el tiempo tocando el arpa en una nube, vestido con un ridículo camisón blanco… Lo mejor es dejar de existir. Zárate es el hombre que procura amueblar el mundo con libros.
Un personaje fascinante es Bringas, el abate, que está convencido de la necesidad de acabar con el trono y el altar, y que vive y trabaja para ello desde artículos que escribe y publica sobre el tema. Pese a ser un tipo estrafalario, es bien recibido en los salones que proliferaron en el París del siglo XVIII, a los que acudían, tanto intelectuales y filósofos, como otros especímenes. Bringas presta un servicio invalorable a los académicos y les muestra total lealtad. Extremista en sus ideas, amó el peligro y sacrificó su vida por ellas. En uno de sus tantos razonamientos dice: El pueblo es demasiado grosero para comprender. Por eso hace falta que deje de respetar la autoridad que lo aprisiona… Que se agiten los espíritus del hombre bajo, mostrándole la vergüenza de su propia esclavitud. Esos enjambres de hijos que devoran con los ojos la comida expuesta en las tiendas lujosas; el marido que se desloma para meter en casa unos pocos francos y se emborracha para olvidar su miseria; el pan, la leña, las velas que no pueden pagarse; la madre que no come para que sus criaturas puedan hacerlo, y prostituye a las hijas apenas tienen edad, a fin de meter algún dinero en casa… Ese es el París real, y no el de la rue Saint-Honoré y los bulevares, que tanto elogian las guías de viajeros.
No menos fascinante es Pascual Raposo, el delincuente contratado para impedir la adquisición de la Enciclopedia y su ingreso a España. Persigue implacablemente a los académicos, les roba el dinero que tenían para la compra, cumple obsesivamente su cometido, no sin inteligencia, sagacidad y tenacidad dignas de mejor causa. No le importa a qué artimañas ha de acudir, con tal de cumplir a cabalidad con el encargo recibido. Respeta la palabra dada y es, a su modo, paradójicamente, un hombre de honor, aunque el darle este calificativo parezca un despropósito.
Otro personaje importante es madame Dancenis, que representa muy bien a las damas que en ese entonces abrían salones a los filósofos e intelectuales. De costumbres licenciosas (usual en ese siglo), no las ocultaba y exhibía a sus amantes con naturalidad. Hizo claudicar a Zárate.
El manejo del lenguaje no puede ser mejor. Pérez-Reverte hace gala de una prosa exquisita y de un estilo narrativo encantador. Hay armonía en toda la obra, y una perfecta y admirable articulación de una y otra secuencia. Abundan las frases y párrafos felices. He aquí un ejemplo, que pone en boca de Zárate: … nadie puede ser sabio sin haber leído por lo menos una hora al día, sin tener biblioteca por modesta que sea, sin maestros a los que respetar, sin ser lo bastante humilde para formular preguntas y atender con provecho las respuestas… Procurando que nunca se diga de él lo que Sócrates dijo de Eutidemo, aplicable a muchos de nuestros compatriotas: Nunca me preocupé de tener un maestro sabio, sino que me he pasado la vida procurando no solo no aprender nada de nadie, sino también alardeando de ello.
La referencia a Cervantes es digna de transcribirse:
Por la ventana de la alcoba con solo levantar los ojos, el bibliotecario alcanza a ver el convento de las Trinitarias, que está al extremo de la calle. (…) La rancia, deprimida e inculta nación que tanto necesita ideas que ilustren su futuro resume buena parte de sus dolencias endémicas tras aquellos muros de ladrillo. Miguel de Cervantes, el hombre que más gloria dio a las letras hispanas, yace ahí mismo, en una fosa común. Murió pobre, abandonado de casi todos, arrojado al olvido por sus contemporáneos, tras una vida desdichada, sin apenas gozar del éxito de su libro inmortal. (…) Ninguneado por sus contemporáneos y solo reivindicado más tarde, cuando en el extranjero ya devoraban y reimprimían su Quijote, ni siquiera una placa o una inscripción recuerdan hoy su nombre. Fueron solo el tiempo, la sagacidad y la devoción de hombres justos –y extranjeros– los que le dieron, al fin, la gloria que sus compatriotas le negaron en vida y a la que todavía, en buena parte, la España cerril de toros, sainetes y majeza permanece indiferente. (…) Amarga lección póstuma, esa tumba olvidada. La de aquel hombre bueno, soldado en Lepanto, cautivo en Argel, de vida desgraciada, que alumbró la novela más genial e innovadora de todos los tiempos.
Hay una característica del libro que no podemos pasar por alto: al mismo tiempo que transcurre la narración, se intercalan, de tanto en tanto, páginas en las que el autor nos relata la minuciosa y formidable investigación que ha efectuado para redactar cada escena con datos veraces, a la vez que sustituir la falta de estos con la imaginación, pero siempre adecuada a la posibilidad de que pudo, con certeza, haber ocurrido en la realidad.
Estas páginas son excelentes, porque contienen datos de gran interés para el lector. Además, sirven para dejarlo ansioso por saber cómo continúa el relato principal, pues la inserción de la página ajena se produce cuando la acción está en un momento en que despierta gran curiosidad por saber en qué desemboca.
Seguramente, el autor tiene sus razones para haber acudido a este recurso; no obstante, quizá habría sido preferible que esa información constara como cuerpo aparte, en un apéndice, a fin de no interrumpir la narración. De todos modos, hay que decir que la lectura de estas páginas no molesta al lector, pues aparecen discretamente, sin que apenas nos demos cuenta de su inclusión. Cuando menos lo pensamos, pasamos del siglo XVIII al XXI.
Hombres buenos es un libro impactante. Hay muchos aspectos desde los cuales se lo puede apreciar. Su lectura es apasionante y contribuye a ensanchar nuestros conocimientos sobre un siglo tan importante como el XVIII, que dejó su indeleble impronta en la Historia y en el devenir de los pueblos. La acción transcurre en los años cercanamente anteriores a la Revolución francesa, circunstancia que es suficiente para que el libro sea altamente recomendable, más aún, si viene de la pluma de un escritor como Pérez-Reverte.
Fina Crespo
Septiembre de 2015