Caín es el primer hijo de Adán y Eva (Gén. 4,1). En hebreo qanah, significa adquirir. Hay otra etimología: del hebreo qayin, lanza. Es hermano de Abel, vapor, soplo del viento; también del hebreo hébel, vanidad, formado por hbl, que quiere decir soplo. Según la Biblia, Caín mató a Abel por envidia, toda vez que Yahvé gustaba de las ofrendas de Abel, pastor nómada, y no tomaba en cuenta las de Caín, agricultor.
Este mito quizá representa, según los estudiosos, el conflicto entre dos civilizaciones: la de los agricultores, representada por Caín, y la de los pastores nómadas, personificada por Abel. Una tablilla sumeria del segundo milenio A.C. nos muestra ese mismo conflicto entre un dios pastor y un dios agricultor, que tiene un curioso paralelo con la leyenda bíblica. En Gén. 4,3-5, vemos que Yahvé recibía con agrado las ofrendas de Abel, no así las de Caín, de las que no hacía caso. Por ello, Caín llevó a su hermano al campo y lo mató.
Este personaje es el protagonista de la obra de Saramago, que pone en evidencia, uno por uno, los principales mitos del Antiguo Testamento; la figura emblemática del libro es justamente Caín, quien, según como se mire, representa, bien la maldad y el crimen, o bien al hombre pensante, que mira la vida objetivamente y es víctima de un rechazo que no merecía, puesto que nada malo había hecho para que sus ofrendas no fueran aceptadas por Yahvé, quien es, por antonomasia, la esencia misma de la justicia.
Saramago lleva a Caín a presenciar diferentes episodios del Antiguo Testamento, de modo que, como un atento espectador, puede mirar y juzgar cada uno de los hechos que pasan ante su vista. ¿Cuántos de nosotros hemos analizado también estas leyendas, y, pese a la inocencia de la primera edad, nos hemos asombrado de ellos y dudado de la misericordia, bondad y justicia de un Dios que muchas veces no desea otra cosa que venganza? ¿Cuántos de nosotros, ya en la edad adulta, hemos buscado fuentes de información para llegar al fondo de estos mitos?
Es posible que esta obra escandalice a algunas personas; es posible que la consideren lesiva a la sensibilidad y hasta a las creencias de algunos lectores. Sin embargo, nada tiene de perverso este libro, que es profundo, erudito, apegado a los textos sagrados (en ningún momento, Saramago se aparta del relato bíblico), ágil y lleno de humor, ese humor irónico tan propio de este autor.
Todo el libro es una inmensa metáfora, una alegoría si se quiere, sobre el origen de la humanidad, sobre sus civilizaciones, sus miedos y sus modos de disiparlos, sus guerras, sus avances y sus retrocesos.
Cuando Caín abandona la vivienda paterna, convencido de que su familia constituye la población total del mundo, sale de la fábula para encontrarse con caminos y ciudades llenas de gente que trabaja, comercia, ama y vive. Esto lo desconcierta, pero muy pronto se adapta a la civilización. Experimenta todo aquello que el ser humano tiene que probar en su vida, y después inicia su recorrido en el tiempo y el espacio, para mirar in situ los mitos bíblicos. Actúa con inteligencia y demuestra ser un hombre pensante y objetivo; así, por ejemplo, en Sodoma y Gomorra, y en el sacrificio exigido por Yahvé a Abraham, por nombrar solo dos casos, muestra Caín estas cualidades.
¿Quiénes eran todas esas personas que encontró Caín? Pues, nada más y nada menos que los descendientes de los homínidos evolucionados. Pero, por si quedara alguna duda, Saramago menciona su total exterminio en el Diluvio universal. Caín, que se halla también presente en este acontecimiento, asesina a todos los humanos que están en el arca, obliga a Noé a suicidarse y salva a todos los animales. En cuanto a él mismo, se va discutir con Dios; según el autor, quién sabe si hasta ahora sigue en esa discusión. Muy decidor, ¿verdad?
¿De dónde, en el caso propuesto por Saramago, venimos los seres humanos, si no procedemos de la evolución?
Aquí se me va a permitir una digresión: Las investigaciones y los estudios de tantos arqueólogos han probado hasta la saciedad nuestro origen; los yacimientos arqueológicos hablan de ello elocuentemente. Todos, sin excepción, provenimos de los mismos antepasados, a quienes el inolvidable Carl Sagan rindió homenaje en su maravilloso y muy documentado libro “Sombras de antepasados olvidados”.
Caín, la obra de Saramago, nos lleva a aprender algo de humildad para no creernos el non plus ultra del universo, “la obra acabada de la creación”. La soberbia de creernos los reyes de la Tierra, y que hemos recibido nada menos que de Dios plena potestad sobre los demás seres vivientes, nos ha llevado a abusar de esta supuesta prerrogativa y, en uso de ella, a maltratar a los demás seres vivos, a matar sin límite y a destruir la naturaleza. Con toda razón, en uno de ciertos cuentos orientales, los animales, reunidos para deliberar quién es el más maligno de todos cuantos pueblan el mundo, llegan a la conclusión de que es “el hijo de Adán”.
La metáfora de Saramago (la salvación de los animales después del Diluvio) es un canto a la tenacidad de la vida, que siempre renace y renacerá, aunque se extingan muchas especies, lo cual, lamentablemente, ya ha ocurrido.
Y como la evolución no cesa sino que prosigue incansablemente su lenta acción, quién sabe si, en un lejano futuro, otros seres, con igual o mayor inteligencia que el autoproclamado homo sapiens sapiens, pero sin su soberbia, pueblen esta Madre Tierra y la traten mejor.
Fina Crespo
1° de febrero de 2010