Sándor Márai, 1939
(Tercera edición en castellano, mayo de 2012)
Entre las obras escritas por Sándor Márai, todas ellas verdaderas joyas de la literatura, se encuentra La herencia de Eszter, narración hecha en primera persona por la protagonista. Excelente talento el del autor, que es capaz de introducirse en la mente de sus personajes, hombres o mujeres, y expresar lo que cada uno de ellos percibe y siente desde su particular punto de vista.
Algún tiempo después de la última visita de Lajos, que fue el amor de su vida, Eszter siente que una voz interna la impulsa a escribir lo que ocurrió ese día; y no solo eso, sino todo lo que recuerda de los sucesos acaecidos a lo largo de los años y que determinaron el curso de su vida. Quiere hacer todo ello antes de morir, pues siente que está en una edad avanzada y que pronto ha de abandonar el mundo. Ha postergado por tres años esta tarea; pero ahora está resuelta a no esperar un día más y cumple su cometido.
Reflexiona entonces sobre la muerte, y siente por primera vez que puede ser una redención, y que es salvación y profunda paz. Y la acepta, no la teme.
A medida que Eszter narra sus recuerdos, nos enteramos de todas las circunstancias que han rodeado su existencia: su familia, y sus hermanos y amigos; conocemos a Lajos, el calavera que entró como un ciclón en su vida, lo atropelló todo y la dejó sin un centavo. Es un mentiroso contumaz y lo que llamaríamos un vividor, un canalla y sinvergüenza. Nada toma en serio; contrae una deuda tras otra y jamás las paga; hace ofrecimientos que no cumple y escenifica comedias que no son sino una forma de concitar la atención de todos; vive en una despreocupación total, pues ningún asunto es importante para él, al extremo de que, ya viudo, no se ocupó de la educación de sus hijos, como un padre responsable y amoroso lo haría, sino que les dio una niñez azarosa; nunca sentó cabeza en ningún sitio ni con mujer alguna; sus amores eran pasajeros, de esos que no dejan huella; cuando más tarde relata a Eszter estos episodios de su vida, lo hace sin concederles importancia alguna, como quien habla de cosas baladíes.
Cuando Lajos entró en la vida de Eszter, se produjo una verdadera revolución en la casa paterna: el recién llegado se apropió del lugar; recibía a las personas más connotadas de la ciudad, como si fuera el dueño de casa; el padre de Eszter, vestido con su traje desgastado, hacía los honores a los visitantes como mejor podía, y ni siquiera se atrevía a encender su pipa; y el extraño era la figura central.
Ejercía gran influencia en los miembros de la familia, especialmente en Laci, el hermano de Eszter; les hacía creer a todos que era un gran lector, pese a que, aunque nombraba varias obras para darse importancia, jamás había leído una sola línea de ellas.
Pese a que Eszter y Lajos estuvieron enamorados en la juventud, el hecho es que este hombre terrible se casó con la hermana de ella, Vilma, y tuvo dos hijos, Eva y Gabor. Las dos hermanas se odiaban; pero el caso es que, al morir la madre de los niños, Eszter los tomó a su cargo y vivió algún tiempo en casa de Lajos; pero llegó el momento en que se separó de ellos, con lo cual también él desapareció de su vida.
Después de la muerte de su padre, Eszter se enteró de que había quedado económicamente en la ruina, a causa de unas tantas letras que el jefe de familia había firmado a favor de Lajos (más tarde, supo que tales letras no eran sino documentos falsificados); a pesar de todos estos inconvenientes, quedó con la casa y el jardín, que producía lo suficiente para que ella y Nunu, su anciana pariente, pudieran vivir sin angustias.
Un buen día, veinte años después de haberlo visto por última vez, Lajos anuncia su visita, pues dice que tiene que hablar de un asunto importante con Eszter, y que permanecerá solo unas horas en su casa.
Todos creen que Lajos regresa para saldar sus cuentas; gran equivocación, pues, tan pronto como baja del automóvil, lo primero que hace es pedir dinero prestado, que, naturalmente, su amigo Tibor se lo facilita. No ha cambiado para nada: sigue siendo el irresponsable de siempre.
En un momento dado, Lajos le comunica a Eszter que ha regresado para arreglarlo todo. Ella lo observa y ve que “Había algo triste en él. Algo del fotógrafo o del político envejecido que ya no se entera de las artimañas ni de las ideas de los nuevos tiempos, y que se aferra, obstinado y resentido, a sus viejos trucos, a sus afables prácticas de prestidigitador”. Y cuando él insiste en que quiere arreglarlo todo, Eszter lo mira y piensa que “Pasado cierto tiempo, ya no se puede arreglar nada entre dos personas. (…) Uno vive, construye y destruye su vida, trata de corregirla, de remediarla, poniéndole parches; y pasado un tiempo se da cuenta de que todo el conjunto, tal cual está, lleno de casualidades y de equivocaciones, ya no se puede cambiar más”. Después de la conversación, él le dice que quiere hacerle una pregunta, una sola. Ella se imagina que tal pregunta tiene que ver, seguramente, con la situación de ambos; pero las palabras que este hombre increíble pronuncia, son: “Dime, Eszter, ¿sigue la casa libre de hipotecas?”
Tanto preámbulo, tanta charla, tanta escena, tenían un fin: despojarla de su casa, con todo y jardín. Y ella, hechizada y convencida por la verborrea imparable de aquel hombre, entrega el último bien que le quedaba.
Lajos no solo despojó a Eszter de sus bienes materiales; también le había arrebatado su juventud y sus ilusiones, y le impidió encaminar su vida por otros derroteros, con lo que la condenó a una existencia insípida, desprovista de alegría y emoción. Eszter no conocía nada de la vida; aunque intuía que, al hablarle, él mentía descaradamente, se dejó embrujar por su palabrería y accedió a entregarle su último bien, convencida de que se lo debía a él y a sus hijos.
Sándor Márai nos entrega una obra excelente, en la que desfilan personajes de todo tipo: el perfecto canalla; el hermano que sucumbe al encanto de este; la mujer que sacrifica todo por el amor de un hombre, aunque está consciente de sus mentiras y del engaño en que ha vivido; los amigos, Endre y Tibor, verdaderos hombres de bien, a quienes en su momento Eszter rechazó por obstinarse en amar a quien no le daba importancia alguna; el padre, que se dejó embaucar por el vividor y se arruinó por su culpa; la madre, que se sentía halagada con la presencia de su futuro yerno; la hermana, Vilma, que se casó con él únicamente por el odio que sentía hacia Eszter; la hija de Lajos, que amaba a su padre, a pesar de todos sus errores; y, por último, Nun, la pariente que vivía con Eszter, mujer excelente, fiel y sabia.
El caso de Eszter no existe solo en novelas: en la vida real ocurren hechos similares más a menudo de lo que creemos. Mujeres ingenuas quedan en la calle por entregarlo todo a un aventurero (en algunos casos, el propio marido), embelesadas y fascinadas por un amor que no existe sino en su imaginación.
¿Cómo evitar que se repitan, una y otra vez, dramas como este? Todo está en la formación de las niñas. No solo en tiempos pasados se las instaba para que, a partir de cierta edad, se prepararan para recibir al Príncipe Azul, que muchas veces no llegaba; se les hacía creer que, si no iban por la vida del brazo de un hombre, eran personas incompletas, que habían desperdiciado sus días y que nada halagüeño les esperaba. Y ese absurdo criterio, aunque parezca increíble, todavía está vigente en muchos casos. Y a las pruebas me remito: por medio de películas, telenovelas, artículos, etc., sea abierta o subliminalmente, se inculca en las mujeres la necesidad de encontrar un hombre y tenerlo con ellas por el resto de la vida, como el mejor premio que se puede recibir. Aunque hoy, con la preparación que tienen no debería ser así, aún se les repite que toda su hoja de vida no vale nada si no tienen un hombre, fijo, seguro, atado para siempre. Todo ese esquema tiene que cambiar: las mujeres tienen que tomar conciencia de su valía, acrecentada por su formación académica, y comprender que cada una de ellas es suficiente para enfrentar la vida con toda solvencia.
Como cada vez que leemos una obra de Sándor Márai, también con este libro quedamos maravillados de la belleza de su narrativa, así como de su conocimiento de la mente humana. La herencia de Eszter es una obra corta, para leerla en dos o tres horas, pero con un enorme contenido de sabiduría.
Fina Crespo
Junio de 2016