LA MADRE TRABAJADORA

MadreTrabajadoraUna joven se hallaba en plena labor de traer un nuevo habitante al mundo. Cuando al fin salió el bebé, la madre se volvió hacia la enfermera y le preguntó: “¿Ya pasó lo peor?” Esta, mujer madura y experimentada, le respondió: “No, señora. Lo peor dura los próximos veinte años”.

En efecto, la tarea de la madre no se circunscribe a la gestación y al alumbramiento: una vez nacido el niño, vienen muchos años de ardua labor, que se plasman en la educación y formación del hijo, para que en la vida adulta sea una persona de bien.

La madre dista mucho de ser ese personaje sublime, sabio, perfecto y maravilloso que nos ha descrito la literatura. Es un ser humano, con virtudes y defectos. Yerra y acierta, se llena de dudas e incertidumbres, y a veces no sabe por dónde dirigir sus pasos en la educación de sus hijos. La mujer que llega a ser madre no vuelve jamás a ser la que fue antes de ese acontecimiento. Su vida cambia para siempre.

No voy a repetir los lugares comunes que, una vez al año, se citan con motivo del Día de la Madre; no. Voy a hablar de una mujer en particular: la madre trabajadora. Todas las madres aquí presentes sabemos lo que ese calificativo significa: cumplir dos deberes a la vez, es decir, criar, cuidar y educar a los hijos, y ganar el sustento, sea parcial o total, de la familia. Ello quiere decir, por citar solamente unas pocas cosas, madrugar todos los días; efectuar a velocidad el cotidiano trabajo del hogar; despachar a los hijos a la guardería o al colegio, según sea el caso; salir rápidamente al lugar de trabajo, y presentarse en él tan fresca y descansada, como si nada hubiera hecho. Después de laborar durante ocho largas horas, de vuelta a casa, a continuar sus tareas, atender a los miembros de la familia, revisar deberes, disponer lo que más pueda para el día siguiente y, ya muy tarde, retirarse a descansar unas pocas horas, hasta la madrugada del otro día. Los fines de semana son poca cosa para completar el trabajo que no pudo hacer en días ordinarios. Y así, día tras día, año tras año, durante mucho tiempo. ¡Ah!, se prohíbe el cansancio y, menos aún, el padecimiento de alguna dolencia.

Sin embargo, este panorama no arredra a la madre trabajadora. Cumple su labor en la mejor forma posible, aunque a veces, como es un ser humano de carne y hueso, la acomete el desaliento y se permite algunos cambios de humor.

Y en este trajinar de años y años, deja su juventud y buena parte de su madurez. Deja también atrás, anhelos e ilusiones que alguna vez ocuparon sus pensamientos, y oportunidades que solo en la edad temprana se presentan. Pero todo se da por bien empleado.

Después, los hijos crecen, y la madre los deja a las puertas de la que Gibrán Jalil Gibrán llamó “la casa del mañana, en la cual ella, ni siquiera en sueños, podrá entrar”. Y los deja satisfecha, pues está segura de que, como dijo el sabio, la madre no es la persona que brinda apoyo, sino la que hace que ese apoyo sea innecesario. Sabe que ha educado bien, cuando sus hijos adultos no la necesitan para nada, y por ello, prudentemente, se retira de la casa del mañana. Sabe, en fin, que allá, fuera de los muros del hogar, quizá en otras latitudes del planeta, sus hijos son personas de bien y, a su vez, excelentes padres y madres de familia, porque llevan en sí el sello de la madre que los formó y educó.

 

Fina Crespo

Mayo de 2011

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